Como si fuera una palabra mágica o una mala palabra, el término “Picasso” causa reacciones únicas y diversas como los guayaquileños que pasean en el Malecón 2000.

“Picasso”. Una pareja se sorprende, miran con el ceño fruncido y ponen la mano en señal de alto: “No, gracias”.

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Otros simplemente siguen caminando; la alusión al pintor es como palabra en chino de un chino impertinente.

Hay que hacer la prueba. Al preguntarle a Jorge Martínez (20) y su novia, Delia Jordán (17), por Kiruba, ahí sí: Que no consiguieron entradas, que debería haber otro concierto, que se regalaron mutuamente el disco (“pirata, claro”), que María José es la más bonita, pero Diana es más inteligente.

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-“Picasso”

-“¿Quién?”.
Seis jóvenes (algunos tienen el pelo en punta, collares y pantalones anchísimos) conversan a la salida de sus clases de inglés. Uno de ellos, Paúl Zamora (23), a la mención del maestro español, dice inmediatamente “el padre del Cubismo”. Los otros se sorprenden y él se justifica (no vayan a pensar que es un nerd): “Es que yo vendía cuadros”.

Aunque otro de ellos, Ángelo Triviño (18), cree que quedaría como “un tipo aburrido”, si fuera un fanático del arte, le parece muy seductor que una chica hable sobre pintura: “Mis respetos hacia una pelada que me hable de Picasso y que me dé unas clasecitas de arte”.

Eso sí, ante la elección entre pagar un dólar por la entrada a la exposición de grabados de Picasso (que se abre al público el viernes) o por una cerveza, todos dudan. “Depende del día, si es fin de semana... ¡Salado Picasso!”.

Para Roberto Pazmiño, ingeniero civil, la nueva afición de los guayaquileños por las manifestaciones artísticas tiene más de curiosidad que de verdadero conocimiento, pero está bien, esa curiosidad, en lugar de matar al gato, llevó a más de 40.000 personas a ver la exposición de grabados de Rembrandt.

Juan Yturralde (78) y Blas de la Torre (82), dos guayaquileños “de pura cepa” (de aquellos ya escasos que se ponen de pie cuando una mujer llega o se va), no creen que este aire artístico sea una moda, más bien sospechan que en la ciudad existía la inquietud, pero no el espacio... ¿O quizás el espacio es lo que creó la inquietud?

Sea lo que sea, “esto que está pasando es nuevo”, no es una vuelta al glorioso pasado cultural de la Guayaquil de antaño, tampoco es una cosa de élite para la gente high life; es un fenómeno.

“Los guayaquileños de ayer no conocían a Picasso, los de mañana lo harán”, dice Juan.
Katherine Romero (28) había oído que Picasso estaba en la capital y había repetido la típica:
“Todo llega solo a Quito”. Ahora que sabe que la muestra estará en Guayaquil está emocionada por ver “en vivo” la obra del pintor. Cree que es un mito que en Quito guste más el arte. “Lo que pasa es que aquí la gente se cree menos de lo que es”.

Katherine asegura que estará en la muestra, también Juan, Blas y los seis chicos que al salir gritan contentos: “¡Nos vemos en Picasso!”.