Antes de subir al autobús que los llevaría a un paseo por el Parque Histórico, los ancianos del Hogar San José están nerviosos, algunos incluso dicen que no desean ir, pero para ellos es como un juego, hay en cada gesto una gran carga de inocencia. Niños grandes.
Cuando el conductor Simón Sánchez arranca, la mañana de este viernes 9 de mayo se va llenando de cánticos y aplausos que estas personas regalan sin reservas y hay en esas voces y esas palmas todo el encanto y la ternura de quien hace las cosas porque las siente.
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Alguien pide El Aguacate y enseguida la entonan, algo desafinados, pero igual va, las ganas nadie se las quita.
Una de las hermanas que los acompañan bromea pidiendo que cante Teresa y Teresa se viene con “La naranja nació verde el tiempo...”. Las risas, bromas entre ellos y vivas a Dios tampoco faltan. Esas son las cosas que les da la vida.
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Mientras Cristina de Fernández, directora del Comité de Damas del Club de Leones Rocafuerte, intenta organizar al grupo, alguien le pide al chofer que ponga música movida, algo con sabor.
Se va despacio el viaje, cantando y mirando por las ventanas. El sol aparece fuerte y algunos aprovechan para lucir sus gafas y gorras.
En el estacionamiento del parque lentamente empiezan a descender y de inmediato se escuchan expresiones de alabanza por la belleza del lugar.
Caminando hacia la glorieta principal uno que otro tropieza con los escalones, pero eso no les impide continuar sonrientes y emocionados. Todo es llegar y tratar de encontrar el baño, aún no comienza el recorrido por los senderos y hay que reponer fuerzas, la mayoría aprovecha para sentarse y descansar, se hace necesario conseguir sillas de ruedas para los rezagados y menos fuertes.
El grupo se divide en dos, el primero se marcha con la guía Priscila Franco en medio de aplausos, el otro con José Icaza, quien tiene que multiplicarse para contestar las preguntas de estas personas que a pesar del cansancio de sus ojos, todo lo ven nuevo.
Hay en sus palabras tanta simplicidad que a uno le brota la sonrisa fácil, las ganas de conocer sus historias.
La caminata para ellos es larga, el sol no perdona la edad, pero tampoco puede con sus ganas de continuar y aprender sobre los animales y plantas que habitan en este lugar.
Los pasos lentos hacia donde están los venados cola blanca que descansan junto a las iguanas impasibles.
Pasan los papagayos, caimanes, perezosos, sahínos, la torre del águila arpía, cocodrilos y la isla de los monos. ¿Por qué los monos en una isla? Porque tienen miedo al agua, contesta José Icaza.
Luego viene el tranvía junto al Malecón 1900 y los recuerdos de los años en que alguno se subió en este aparato tirado por caballos o mulas. Las casas de Julián Coronel, del Banco Territorial y Lavayen, las añoranzas de años pasados, el tiempo que se fue y que ahora arranca tímidas sonrisas.
Al final del recorrido todos se cobijan bajo la sombra de cabañas cubiertas con paja seca, beben jugos, agua y comen algún bocadito, todo lo hacen tan despacio que pareciera que nunca van terminar.
De vuelta a la ciudad algunos aprovechan para dormir, da la impresión de que las fuerzas se han ido y que lo único que desean es descansar.
Sin embargo, cuando llegan a la sede del club de Leones Rocafuerte, ubicado en Juan Montalvo y Baquerizo Moreno, las cosas cambian. Allí los reciben con regalos y besos Martha Álava, gobernadora regional, y Rommy Torres, reina del club.
Primero se elige Madre Símbolo a Rosario Chávez Páez y Jorge Fernández, presidente del Club de Leones, la proclama y le coloca la cinta mientras ella mira sorprendida hacia todas partes.
Luego, con un poco de música y en compañía del Comité de Damas, los ancianos se adueñan de la pista y a algunos hay que obligarlos para que se sienten a comer.
En medio está Eduardo Ramírez Loor, misionero español de 69 años, quien tiene dos años trabajando en el Hogar San José. En orden del Neucatecumendo de España, todos hacen la misión con su propio dinero, pero las recompensas son demasiadas.
Ya no existe el cansancio en casi ninguno, las ganas de divertirse y de saberse importantes dominan a estas personas, para ellas es una fiesta, pequeña pero trascendente, porque a cierta edad cualquier gesto amable de cualquier ser humano, recuerda la importancia de estar vivo.