Cuatro cosas aman con pasión los choferes de los buses guayaquileños: a Dios (con grandes preferencias por El Divino Niño), a sus hijos, a las damas y ser los más bacanes del camino.
¿Cómo se puede saber eso? Basta mirar la decoración de los vehículos y las leyendas que son de una devoción envidiable: “la misericordia del Señor jamás termina”, “financiado por Dios” (parece que en Guayaquil, el Señor, además de ser el copiloto, da créditos para buses) o la clásica “Dios guía mi camino”, que le hace compartir la responsabilidad, al que está en los cielos, de las insólitas estrategias de conducción de los transportistas urbanos.
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Poner los nombres de los hijos a la unidad habla del amor del conductor por sus vástagos: Niña Betzabeth, niños Steven y Johan, Joselito y Lisbeth, niña Lady... Pero no solo eso, una frase muy repetida refleja el amor por su familia: “Si es hijo del chofer, no paga”.
Las leyendas en los buses resumen el orgullo del motorizado. La infame envidia de los otros no los afectará jamás: “Qué miras sapo”, “Sonríe, tu mujer me ama”, “Trabaja y no envidies” “Que Dios te dé el doble de lo que tú me deseas” y el nunca muy repetido “No seas sapo”. La advertencia está ahí: A los conductores no nos vengan con sapadas y no te pegues que no es bolero.
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Una caricatura con la lengua afuera y cara un poco pervertida que asoma sobre un par de grandes atributos femeninos resume la buena disposición, tanto del chofer como del usuario, de apreciar a una chica bien dotada. Eso sí, con cuidado (“Mejor chola conocida que gringa con SIDA”).
Pero a veces las mujeres, traicioneras ellas, les han pagado mal y merecen entrar en la categoría zoológica “Mujer, paloma y gato: tres animales ingratos”. O a la que se fue: “Verme será tu castigo”.
Es sorprendente todo lo que puede decorar un bus por dentro y por fuera. Temor al espacio en blanco lo llaman algunos entendidos, otros nada más la esencia del folclore guayaco.
Como sea, tiene su encanto transportarse en un carro con cientos de calcomanías pegadas, entre otras de: León diputado, una figura haciendo una seña obscena u orinando con la leyenda No fear (sin miedo), la Virgen de Agua Santa, una silueta femenina con curvas peligrosas, Bugs Bunny, el hermanito Gregorio...
Entre la voz de Sharon; los pitos que están de moda que son como el silbido para las guapas y el bullicio del tráfico en Guayaquil, es difícil conversar en una buseta.
Mercedes de Olivo, sin embargo, se da medios para hacerse oír y analiza la decoración de la buseta de la línea 35 en la que viaja. “Con todas estas cosas se ve más elegante”, se filtra su voz entre La cosita de La hechicera. Si ella tuviera un bus la filosofía sería: mientras más decorado más bonito.
Esa es la mentalidad. Nada se escapa del adorno. El pito es un cable envuelto en felpa, así también el espejo y el volante; el panel tiene borlas y la palanca de cambio un insecto fosilizado. Piquetes les dicen acá.
El apretujamiento, los robos, los artistas improvisados, el “siga, siga que atrás hay puesto” y esas otras peripecias buseteras vendrán en un próximo recorrido.