El grupo de teatro de la Universidad Católica de Guayaquil acaba de vivir una experiencia inolvidable en Argentina, ayudando con su arte a personas muy pobres de ese país.
No hay comida, pero sobra esperanza. Por eso la tarde del primer viernes de marzo las hermanas religiosas de un asilo de ancianos en El Dorado, ciudad al norte de Argentina, ruegan a Dios que les ayude a conseguir alimentos para las docenas de ancianos indigentes que ellas asisten.
Un milagro difícil, teniendo en cuenta que la crisis económica del país complica cada vez más la labor del albergue. Y hoy puede ser uno de esos días en que sus indefensos huéspedes deberán acostarse sin cenar.
Pero la respuesta a ese fervoroso rezo llega, cuando esa misma noche un grupo de jóvenes ecuatorianos les lleva cajas repletas de alimentos no perecederos.
¡Un momento! ¿Qué hacen estos ecuatorianos entregando alimentos a un asilo de ancianos argentino? Pues muy sencillo, ayudar a los necesitados que hay en el mundo. Estos chicos integran el grupo de teatro de la Universidad Católica de Guayaquil, que del 26 de febrero al 28 de marzo vivió una de las etapas artísticas y humanas más importantes de sus vidas.
Bajo la dirección de Carlos Ussher y Aída Alarcón, los alumnos Ana Rivas, Cristina Rivas, Alexandra Gonzaga, Mariuxi Velásquez, Itamar Rodríguez, Fernando Miñán, Fabricio Egas, Steven Zambrano, Richard Rodríguez, John Rodríguez y Parcibal Castro aprovecharon la cordial invitación del Instituto Nacional de Teatro de Argentina para presentarse en ciudades como Buenos Aires, Resistencia, Iguazú, El Dorado, Posadas y Córdoba.
Este recorrido fue llamado Gira de la Solidaridad Ecuador-Argentina, pues la dedicaron a la ayuda de grupos humanos de extrema necesidad.
“La admisión no era dinero. Para ingresar a las presentaciones había que llevar un alimento no perecedero, que tras la función lo entregábamos a las instituciones que ayudábamos”, explica Fabricio Egas (de 22 años), quien junto a Ana Rivas (de 20) aprovechó la gira para realizar una pasantía profesional relacionada con su carrera de Comunicación Social.
Los estudiantes de Medicina también cumplieron prácticas profesionales, específicamente en un centro de investigaciones de Córdoba.
En Resistencia, ubicada en la provincia del Chaco, compartieron una tarde con la comunidad de los indios Toba, quienes son beneficiarios de un programa impulsado por el grupo de teatro local La Máscara.
Allí fue evidente cómo a través del teatro se puede colaborar de forma permanente a un pueblo que lucha por salir adelante, sin perder sus costumbres ni su identidad cultural y hacer amigos, como ocurrió entre los artistas argentinos y ecuatorianos.
Y los amigos se fueron multiplicando en todas las ciudades que visitaron. También los aplausos del público y las muestras de agradecimiento, incluso fuera del teatro.
Como ocurrió cuando John Rodríguez y Parcibal Castro (ambos de 23 años) ofrecieron un show musical callejero en la ciudad de Córdoba. Aguantaron el fuerte sol del día cantando y tocando la guitarra para la gente, recolectando algunas monedas por su actuación.
De regreso al hotel decidieron gastarse los 6 pesos (aproximadamente 2 dólares) que ganaron en dos helados, pero al ver a una familia indigente que pedía caridad en la calle optaron por renunciar al antojo y regalarles el dinero.
“El teatro me ha enseñado a ser más solidario. Las personas deberíamos ayudarnos siempre, la satisfacción que se siente es incomparable”, afirma John.
Ninguno de los integrantes del grupo de teatro cobró dinero por ese mes de actuaciones, en el que representaron las obras La isla desierta, del argentino Roberto Arlt, y La casa del qué dirán del dramaturgo ecuatoriano José Martínez Queirolo, a quien se destinó las ganancias de la función de estreno de la obra, que se realizó en Guayaquil, para el tratamiento de una enfermedad terminal que padece.
En esta obra de Queirolo los jóvenes actores caracterizan personajes tan ridículos como reales, que viven manipulados por una sociedad que tiende a censurarnos.
Pero el qué dirán no es siempre negativo, y estos chicos lo saben. También puede volverse un fuerte aplauso que suena al final del show, o un sincero “gracias” que, al escucharlo, otorga un significado diferente a la vida.