Lo primero que me sorprende es el letrero amenazante: “No se admiten mujeres solas”. No estoy sola. Entro. Pero me quedo con la duda.
Me recibe Jorge Pinargote, Yoyo, el dueño del ya veinteañero Cabo Rojeño y un anfitrión de primera. Lo noto en dos cosas: él conoce a sus clientes como a sus hermanos y la cerveza del Cabo siempre está maravillosamente “vestida de novia” (con hielo alrededor de la botella).
Publicidad
Me he sentado (quizás no por casualidad) en el lado amarillo del local. En la pared, gloriosos momentos de Barcelona más que decorar, enorgullecen a Yoyo, hincha de los de verdad, quien descuelga una foto del equipo de 1976. “Aquí está Walter Cárdenas”, me indica Yoyo y veo a un jovencito que solía ser el señor de más de 50 años que ha formado las cervezas de la tarde en hilera sobre la mesa para llevar la cuenta.
Cárdenas está sobre el lado azul eléctrico que existe “para equilibrar”, según Yoyo, pero me confiesa con un brillo torero en los ojos que “Barcelona es lo que vende”.
Publicidad
Yo buscaba salsa y encontré fútbol. Parece que lo uno no va sin lo otro. Después de un partido internacional, en la pantalla gigante del local aparece un Lavoe de camisa fosforescente a llamar con ritmo tropical a cantar a su gente.
La clientela se emociona. Todo se prende de repente. Golpean sus rodillas, las mesas, la botella con el anillo, al ritmo loco, alegre, potente del grupo La Fania.
“¿Y las chicas solas por qué no pueden venir?”, le grito a Yoyo porque las trompetas de “Si la tierra tiembla yo me voy de aquí” son ensordecedoras. Él muy serio me dice: “Porque se pueden meter otro tipo de mujeres”. No pregunto más y espero escuchar “No importa tu ausencia”, la que le pedí también a gritos al disc jockey conocido por todos y ahora por mí como Kaviedes (José Intriago).
En ese momento entra el Abogado del maní, Vicente Quintero, un esmeraldeño encorbatado y fino, con su charol de aceitunas, mortadela, queso y maní “varón” (ají, limón y “un secretito”). “Ese negro me encanta”, expresa refiriéndose al Conde Rodríguez, arma un plato con sus delicias y se va tarareando la canción.
A Marcela Maridueña, 28 años, dueña del Rincón de la Salsa, ni siquiera le gustaba ese género. Un cafecito como los de Quito para oír rock viejo hubiera querido poner, pero todo el mundo le dijo que eso en Guayaquil no era negocio, que acá “la cosa es la salsa”. Casi deposita en el Banco del Progreso la liquidación que recibió después de trabajar en el Congreso, pero, en lugar de eso, ella decoró un local en Santa Elena y Víctor Manuel Rendón que tiene “un toque femenino”, no tanto por los detalles que puso Marcela, sino porque allí hay chicas que atienden a los clientes.
Ellos tampoco dejan entrar mujeres solas, según Lynder Pérez, disc jockey, es decir, dueño y señor de la música del Rincón, “es para evitar que las señoras vengan a pescar a los maridos”. No sé si son casados los hombres que están en el local, pero al calor de los tragos y de “la conciencia me dice que no la debo querer y el corazón me dice que sí debo”, de Gilberto Santa Rosa, aprietan un poco más a su pareja.
LUGARES SALSEROS
Rigoberto
La Quince y Cuenca
Rafico
La Trece y Capitán Nájera
Boriqua
Quisquís y Rumichaca
Cabo Rojeño
Rumichaca y Junín
El Rincón de la salsa
Santa Elena y Víctor Manuel Rendón
Chocco
Albocentro 5
Carlos Alberto
Dos locales: Ismael Pérez Pazmiño y Febres-Cordero Alborada Duodécima etapa, Av. Benjamín
Carrión.