“Era bonito y feo. Uno se estremecía al ver que el agua se levantaba y daba miedo que pasara algo malo. Los turistas incluso filmaron y tomaron fotos, pero no sé si lograron revelarlas”, reseña Patricio, quien labora para la empresa de economía mixta Tucuicem, que mantiene una hostería y alquila botes en la ribera sur.