Recibir una carta. Qué dicha la de pesar el sobre anticipando el contenido, adivinar cuántas páginas tiene, percibir un aroma, reconocer la estampilla lejana e imaginar al otro cerrando prolijamente el sobre, quizás con un beso.

A veces, regalos inesperados caen de adentro: una flor seca, una foto, un recorte. Todo aquello que sostiene la memoria de los que quieren a la distancia.

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Jenele de Tobar escribe amorosamente unas últimas líneas a la tarjeta que va a enviar a sus familiares en Estados Unidos. Tiene una mirada dulce pero decidida, al preguntarle la edad solo dice: “Ponga que soy vieja”.

A ella no le importa que las cartas lleguen atrasadas por vía normal y que la internet reduzca la espera a segundos, “es el amor que llega en esta carta”. Hace una pausa y detrás de unos lentes gruesos, sus ojos increíblemente claros me interrogan: “¿Cuánto esperaría usted por él?”.

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No todos piensan como Jenele, que el correo electrónico es solo para negocios o comunicaciones menos íntimas.
Martha Valero, de 35 años, hace seis meses se dejó atrapar por la red.

Desde que abrió su cuenta de hotmail y reemplazó la dirección domiciliaria de sus amigos por una con @ intermedia no ha vuelto a pisar la oficina de Correos. Eligió la practicidad del sistema, no sin cierta nostalgia.

Martha conserva cartas que sus hijos le mandaban cuando ella vivía en el extranjero. Esos amigos que hizo estando lejos son los que ahora reciben sus correos electrónicos.

Celebra la rapidez, pero lamenta, sobre todo, lo perecedero del medio: “Le cae un virus a este aparato y pierdo mis recuerdos”. Sin embargo, no las imprime, no está segura de por qué, pero afirma encogida de hombros que “no es lo mismo que guardar las de verdad”.
 
Además, el correo electrónico es certidumbre. Al presionar la tecla “enviar”, el destinatario@querido.com recibirá enseguida el mensaje. 

En línea no hay opción a arrepentirse, las palabras viajan más rápido que la luz por los caminos de la red. Quizás antes algunas cartas se quedaban en el cajón, se las releía después del primer arrebato y terminaban en la basura. O quizás llegaban cuando el viajero ya estaba de vuelta.

Para algunos guayaquileños, el edificio de Correos no es más que aquel que está rodeado de puestos con peluches más baratos y tarjetas con dibujitos para “alguien muy especial”. Para otros, en esas paredes hay años de buenas y malas noticias, rupturas, felicitaciones, poemas. Han sido testigos de la historia epistolar de la ciudad, esa que escribe cada habitante desde lejos. 

Miguel Carrillo tiene 83 años y “no sabe nada de la internet”. Nadie le ha comentado que existe el sistema y, si lo hicieron, “se le olvidó”. Él, de guayabera impecable, con el perfume del cajón de los abuelos, visita el correo desde que era muy joven “ya han de ser unos 60 años de eso”.

Del bolsillo, que se palmea para que lo note, asoma una esquina del clásico sobre aéreo de cuadros azules y rojos.

Ahí está la carta que empezó a escribir hace cuatro días a mano para una sobrina en Estados Unidos. “Me encanta recibir cartas, supongo que a los que les mando también les gusta”, dice sonriente y entrega el sobre para que le pongan unas estampillas ilustradas con tortugas galápagos de Correos del Ecuador.

Hay quienes no pueden esperar en las filas de Correos, necesitan rapidez. Mayra Rodríguez habla con apuro y se mueve impaciente. Prefiere la internet, dice, porque es más rápida y enseguida desaparece como la pantalla en la que hubo un e-mail.

José Mora es joven, ostenta varios tatuajes en su brazo y usa una camiseta moderna de una banda de rock. Tiene familiares en el extranjero con quienes se comunica por correo electrónico o chat. Antes mandaba menos cartas de lo que ahora envía e-mails. Es más fácil, más barato y cómodo, son sus tres argumentos. Él ha recomendado a quienes no tienen abierta una cuenta de correo electrónico que lo hagan, así podrán mantener el contacto con los que no están en el país y no morirán las amistades.

Recibir un correo electrónico. Qué dicha la de abrir poco a poco las páginas previas hasta la “bandeja de entrada”, el asunto “Querida mía” ya anticipa las dulces palabras en la pantalla, ver el nombre del remitente inesperado, de la persona que nos recuerda a pesar de la distancia o de la mamá que se fue hace ya meses a trabajar a España e imaginar al otro que presiona “enviar”, quizás con un beso.

Líneas

El valor de la palabra
El precio también marca tendencias. Los $ 0,25 o $ 0,50 (depende del local) que cuesta la media hora de conexión en un cyber sirven para mandar varias cartas en un mismo momento. Enviar una en correo regular cuesta desde $ 0,90 por página.

Mejor por teléfono
Mucha gente prefiere llamar directamente a sus familiares  que mandarles una carta. La tarifa por 5 minutos telefónicos, en algunos locales de acceso a internet, a España e Italia es de $ 0,50. A Estados Unidos es de $ 0,25.
Pacifictel también ofrece tarjetas   de prepago.