“Todo lo que quise yo”... ¿Dónde un guayaquileño nostálgico puede oír este género?
Ser la única audiencia de una disputa entre ‘lagarteros’ es una experiencia artística memorable.
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“El pasillo no puede morir”, dice con convencimiento Elías Vera y Eduardo Mora le contesta resignado: “Sí, pero ahora el que no toca baladas está perdido”. “No, pero cómo va a morir esto...” Ahí empieza el verdadero torneo musical:
“Qué distintos los dos, tu vida empieza y yo voy ya por la mitad del día” (Sendas distintas).
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En ese momento el pasillo cobra vida en las guitarras, se complementan, se interrumpen, se apasionan:
“Tú eres mi amor, mi dicha y mi tesoro, mi solo encanto y mi ilusión, ven a calmar mis males, mujer no seas tan inconstante”. (El aguacate).
Al menos en el Rincón de los Artistas, ubicado en Esmeraldas y Gómez Rendón, el pasillo se levanta vital, intenso, todos los atardeceres a cantar.
Cuentan que todo empezó en 1955, cuando Pedro Espinoza (el Capitán Phyter) decidió, en el patio de su casa, hacer un lugar donde “lloren, rían y canten los bohemios”.
El patio sigue ahí, aunque el tiempo, siempre irrespetuoso, ha llenado de manchas las fotos de Julio Jaramillo.
Afuera, guitarra siempre empuñada, esperan los artistas, como soldados en tiempos difíciles, el infaltable enamorado, buen hijo, o arrepentido, para llevar el “sereno guayaco”, único, poesía que se canta con palpitante corazón:
“Cuando de nuestro amor, la llama apasionada, dentro tu pecho amante contemples extinguida...” (El alma en los labios).
Vera, guayaquileño grande de hablar alto y expresivo, termina la estrofa, aparta la guitarra y susurra como si solo él lo supiera: “Este muchacho se mató por amor, esto es sagrado, su testamento”. Hablaba del poeta Medardo Ángel Silva y su suicidio en 1919.
El rincón es un museo, un bar, un teatro y, al mismo tiempo, no es ninguna de las tres cosas. De un ambiente mal iluminado, sórdido, que es más bodega que otra cosa, se pasa al cuartito de un celeste moribundo en el que cantaba Julio Jaramillo. La acústica y cuatro guitarras juntas crean un sonido estremecedor.
Será que el acorde tan particular del pasillo toca la sensibilidad guayaquileña que se hereda sin saber o tal vez es ese “te amo” huérfano en la pared del local. Pero todas las voces que se suman suenan a nostalgia.
“Esta pena mía no tiene importancia, solo es la tristeza de una melodía (...)”.
PARA ANOTAR
NO HAY SITIOS
El experto en pasillos, Marco Medina Ron, indica que en Guayaquil no existe un lugar exclusivo donde se pueda oír solamente música nacional. Dice que en el local Rincón de los Artistas hay guitarristas que interpretan pasillos, pero no que se dediquen solo a cantar melodías nacionales.
Tradición de guayaquil
En algunos sitios se puede escuchar pasillos y música de antaño. En el local Montreal (Pedro Moncayo y Primero de Mayo), donde incluso hay una rocola; Barricaña (Víctor Manuel Rendón y Seis de Marzo); y en Lorenzo de Garaycoa y Sucre existen guitarristas que ofrecen tocar en reuniones o serenos.
Nuestro juramento
A quien pensaba que la canción símbolo de Julio Jaramillo es un pasillo le sorprenderá saber que el tema es un bolero del compositor mexicano Benito de Jesús. Cuando JJ la hizo famosa, esta ya sonaba en otras partes de Latinoamérica.