De aquel momento cuando venció al arquero de Liga de Quito, El Campacho Jiménez, han pasado 49 años. Fue un gol histórico, el primero que registra la historia de los campeonatos nacionales.

Las cosas han cambiado mucho para Guerra: el Argentina, su club de entonces, ahora se llama Deportivo Quito, incluso las anotaciones se celebran de otra manera.

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Lo único que no ha variado es el remoquete que le pusieron cuando jugaba en la época del colegio Mejía. Además de habilidoso, era el que encendía la mecha con sus palabras, con sus gritos, el que ponía el orden, era el Trompudo Guerra.

Cuando analiza un gol en el micrófono de Sonorama se opone a que los jugadores lo celebren al máximo. Está convencido de que esa acción provoca una pérdida irreparable de concentración y fuerza en el deportista.

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Quiere que los futbolistas sean igual que él: nunca celebraba un gol con euforia, solo cuando ganaba títulos. Aunque el festejo de su primera diana en Barcelona, en un clásico contra Emelec de 1958, pasó a la historia.

Había salido a la cancha y recibió la silbatina en el estadio George Capwell. Amarillos y azules lo pifiaron. A los 19 minutos practicó una chilena y en el segundo tiempo marcó. “¡Gol de Pichincha!”, gritó con furia.

Guerra, ahora con el paso de los años ve con menos apasionamiento aquella acción. Alega que, en aquel entonces, era el primer serrano en ser transferido a un equipo de la Costa. En los diarios se había publicado que, con su llegada, se rompió el puritanismo criollo en Barcelona.

Con los años, el Trompudo ve con alegría que el fantasma del regionalismo esté en decadencia. En 1972 se unió con el exitoso entrenador de Emelec, Jorge Lazo, para unir dos estilos en la Selección Nacional: Costa y Sierra. “¡Y nos llevamos muy bien!”, asegura.

Carrera exitosa
Como entrenador le dio el título al Deportivo Quito y fue el artífice de los dos tricampeonatos de El Nacional. En tres oportunidades fue seleccionador de la Tricolor.

Quizás, Ernesto Guerra es uno de los futbolistas antiguos que más éxito tuvieron en las canchas. Pero también fuera de ellas. Tiene una empresa de construcciones y tres gasolineras. Todo en sociedad con sus hijos. Además, fue consejero provincial de Pichincha.

Eso sí, no le hace reverencias al paso del tiempo. “Nunca abandonaré el fútbol”, finalizó este hombre de 69 años.