Ahora, de pronto, estoy en Manta. Y, de sopetón, doy con un astillero en que unas veinte embarcaciones se van, lenta, morosamente, construyendo con maderas de guayacán, balsa, amarillo, laurel y moral. Son barcos que se usarán para la pesca blanca, aquella que se exporta fresca. Son barcos hechos con una tecnología criolla que, por asociación, me remite a las balsas en que los habitantes de estas tierras hacían sus singladuras desde la época precolombina.