Desde el inicio, Ramos aplicó el reglamento sin dejarse engañar por las mañas de varios jugadores.
Un halón de camiseta de Carlos Juárez a Raúl Noriega y el juez central hizo un llamado de atención, el delantero increpó la decisión y Ramos solo hizo lo que debía: sancionar con la tarjeta amarilla.
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Una acción anulada por posición adelantada de Eduardo Hurtado y Ramos consultó al juez de línea Félix Badaraco para tomar la decisión de no decretar un tanto amarillo.
Los azules comenzaron a apelar al juego brusco para impedir los peligrosos avances de los toreros y Ramos supo sancionar cada falta como correspondía.
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Pero si Ramos tuvo que estar pendiente de todo lo que hacían los 22 jugadores que actuaban en el campo de juego, más concentrado estuvo en el enfrentamiento personal del atacante eléctrico Carlos Juárez con el defensa Raúl Noriega. Entre ellos había un duelo aparte que tenía como antecedente el último clásico del astillero, donde el zaguero torero recibió una agresión del artillero azul y sufrió una fractura múltiple en la nariz.
Y Ramos tuvo muy presente esa referencia y en la siguiente reacción negativa que cometió Juárez, no dudó en sacarle la segunda amonestación amarilla y la expulsión inmediata.
Así Ramos controló hasta el final del partido con el criterio que le recomiendan las 17 reglas del fútbol, pero su mayor virtud estuvo en no cometer el pecado de querer ser el protagonista del encuentro.