La borrachera es como un escape a la falta de obras básicas y dinero en el cordón fronterizo norte.
Es mediodía. Una decena de hombres están tendidos, duermen o deliran en la acera y la calle de tierra. Otros tantos, tambaleantes, se abrazan entre sí y beben el aguardiente de una botella que cuesta dos dólares, el mismo valor que perciben como jornal por un día de trabajo o por tres racimos de plátano que sacan de sus fincas, luego de ocho horas de caminata.