Según el Posible Manual del Corrupto, de Luis Hidalgo-López, ex contralor General del Estado, el perfil del perfecto corrupto se describe así:
Es de aquellos que ocupan puestos dentro de la cadena de gasto y autorización en los organismos estatales, en los que se pasan diferentes trámites y se requieren de firmas.
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Lleva chaqueta que coloca permanentemente sobre el espaldar de su sillón de tal forma que cuando sale a ‘cerrar negocio’, su secretaria responda: “Debe estar en el edificio, pues aquí está su chaqueta”.
Tiene fax, copiadora y destructor de papeles, básicos para definir negocios o desaparecer pistas.
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Una de las decisiones claves es designar a un asesor de su absoluta confianza para que sea el interlocutor con los proveedores. Si no puede nombrarlo, lo instala en una oficina fuera de la institución, donde se centralizan las operaciones confidenciales.
Además, debe hacer designar a personas de su confianza como vocales en todos los comités de contrataciones, concurso de precios y licitaciones.
Este personaje toma en cuenta qué tiempo ocupará el cargo, para saber qué estrategias decidir. Por ejemplo, si no estará por más de 18 meses, para qué pensar en concursos públicos, pues estos toman tiempo. Eso sí, jamás publica la convocatoria a concursos sin antes haber hecho el “amarre” y tener a su gente de confianza en los respectivos comités. Su asesor, además, habrá contactado con el proveedor para negociar las comisiones y su forma de pago.