Los atletas hacen la vida diferente en el Fuerte Militar Huancavilca.
Víctor Burneo es un lojano serio, que frunce mucho el ceño y parece que siempre estuviera enojado. Pero al dialogar con él es fácil deducir que eso es parte de su personalidad, esa personalidad que lo llevó a convertirse en Mayor del Ejército Ecuatoriano, institución que cada año abre sus puertas a los deportistas que compiten en las Olimpiadas Especiales.
Publicidad
Cuando él habla de ellos (los atletas) su rostro cambia. Exhorta el esfuerzo que hacen en cada intento por avanzar. En ese momento sonríe y deja ver que el compartir con esos chicos es una de las mejores experiencias que le ha tocado vivir en este año, en el que –a solicitud del organismo en el que está enrolado– ha venido de Playas a Guayaquil para vigilar que nada falle en la alimentación de 1.100 personas.
Su manera de sentir y de pensar se repite en todo el cuerpo militar que atiende de cerca a las delegaciones. “Es lindo, es sublime ver la motivación y felicidad de ellos (los deportistas) pese a sus limitaciones”, dice el Crnel. Hernán Del Pozo, comandante del Quinto Guayas, y muestra satisfacción. La razón: para él será inolvidable la lección que apenas durará una semana, pero le enseñó bastante.
Publicidad
Para el Crnel. Del Pozo los deportistas que nacieron con síndrome de Down, parálisis cerebral o cualquier otro tipo de deficiencia, son un ejemplo no solo para la institución armada, sino para todas las personas. Porque jamás han desmayado y, haciendo muchos esfuerzos, buscan insertarse en la sociedad ecuatoriana.
Él hacía ese análisis y en el comedor del recinto militar los chicos terminaban de desayunar. Atendidos por conscriptos y soldados, entre ellos los sargentos José Méndez y Walter Nicolta, comenzaban su labor. El uno vigilaba el aseo, el otro que haya orden en la fila que hacían los atletas que con su vajilla (proporcionada por la institución militar) en mano se servían morocho, sándwiches, huevos y frutas.
Uno a uno iban pasando los deportistas. En todas las delegaciones hay los madrugadores, como el pichinchano Álex Piedra; aquellos que prefieren evitar las filas, como el manabita Fulton Farías; los que gustan de dormir hasta tarde, como Aída Tendeza, de Zamora Chinchipe; o las que no salen de sus dormitorios si su maestra no las peina, como la ambateña Jéssica Morocho.
En tan pocos días, apenas cinco (hasta ayer), los militares ya han aprendido a conocer a los deportistas. En especial a quienes más juguetean y también a los que caminan por la vida siempre sonrientes, pese a sus graves limitaciones, como el atleta cuencano Freddy Ascaribay, quien ha crecido en un mundo de silencios (es sordomudo) y su cuerpo no tiene estabilidad por la parálisis cerebral con que nació.
Él fue protagonista de un lindo gesto ayer. A las 07h00 se servía solo el desayuno, pero de pronto no pudo más. Para terminarse el morocho necesitaba una cuchara. Se levantó despacio, se acercó al sargento Nicolta y, con señales, le pidió el utensilio. El uniformado captó el mensaje y le dio una que traía consigo, la de su uso. “Me la devuelve en mis manos”, fue lo único que dijo el militar. El atleta movió la cabeza y respondió que “sí”.
Esa es la amistad y solidaridad que se observa entre los deportistas especiales y el cuerpo militar ecuatoriano que los recibió en Guayaquil. Los chicos se muestran frágiles y el hombre de uniforme verde es amable. Se brinda como si estuviera en el campo de batalla donde juntos se hace país, donde juntos se defiende la tierra, donde juntos se ve salir una luz en el amanecer.