Los italianos han sido el exponente más significativo, pero no el único, del fenómeno consistente en cargar las derrotas propias sobre las espaldas del árbitro y en considerar devaluado el torneo cuando no se tiene capacidad suficeinte para mantenerse en él.
Antes de que los italianos mostraran ser malos perdedores en el aeropuerto de Incheón, cuando emprendían el humillante regreso a casa, otros jugadores, si bien no tan ricos como ellos, manifestaron su mala educación y su débil predisposición para asumir el fracaso.
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Los antiguos griegos denominaban “cantar la palinodia” a la sana costumbre de reconocer los errores que condujeron a la derrota y, a renglón seguido, retractarse públicamente. El fútbol no suele admitir ese tipo de prácticas.
Los resultados del Mundial de fútbol revelan que a veces la diferencia entre los grandes astros y jugadores desconocidos solo reside en sus cuentas bancarias.
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Solo un jugador, entre los derrotados del Mundial, se comportó con exquisita educación en el infortunio, y es el futbolista que más gana en el mundo: Zinedine Zidane (12,3 millones de dólares al año).