El silencio y la amargura de millones de fanáticos del fútbol imperaban este viernes en Argentina, donde se sintió como un golpe la caída de su selección ante la archirrival Inglaterra (1-0), en la primera fase del Mundial Japón y Corea del Sur 2002.
Los festejos quedaron ahogados por la desilusión, que invadió incluso el microcine de la residencia oficial de Olivos, donde una mueca de disgusto pudo verse en el rostro del presidente Eduardo Duhalde al terminar el encuentro que vio en directo por TV acompañado por unos 50 invitados, entre ellos uno de la AFP.
"Ay, ay, ay", fue el lamento pronunciado por Duhalde al terminar las acciones en el elegante salón con pantalla gigante que dejó como herencia Carlos Menem en su paso por la presidencia entre 1989 y 1999, en la residencia de la periferia norte de Buenos Aires.
Las calles de la capital y de todo el país estaban desiertas desde que comenzó el juego, encendidos centenares de miles de televisores frente a los cuales se instalaron los hinchas envueltos en banderas y gorros albicelestes, muy ansiosos a temprana hora de la mañana.
El país seguía paralizado después del encuentro, casi sin alumnos en los colegios, ni empleados públicos en sus puestos ni obreros en las fábricas, aunque la mayoría de estas últimas están cerradas desde que empezó la recesión.
En un país en que no hay motivos para celebrar casi nada, con los peores índices de desocupación, producción y pobreza en un siglo, los argentinos esperaban al menos lanzarse a las calles para cantar victoria, pero el tiro penal triunfal que anotó la estrella inglesa David Beckham en la ciudad japonesa de Sapporo les apagó el alma.