Juan vive en La Maná, en una casa de caña, y mantiene a una familia de siete miembros. Se despierta a las 04h30, desayuna café con plátano verde o yuca cocinada. A las 05h00 toma el vehículo que lo llevará hasta las plantaciones de yuca.
Su labor es arrancar la yuca, clasificarla y acomodarla en los sacos que luego pesan hasta 150 libras. A él le pagan 40 centavos por cada saco que llena.
Hasta las 14h00 completa unos quince bultos con lo que redondea su salario en 6 dólares. A su domicilio retorna entre las 15h00 y 17h00 para recién, entonces, almorzar.
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Con su mirada clavada en el racimo de yuca y sus manos callosas que se mueven con maestría, Juan dice: “Trabajo para no estar ocioso y porque hay que comer; es duro, se aguanta hambre, sol y lluvia por 40 centavos”.
Luciano Herrera interrumpe el diálogo cuando llega con su caballo y le pide a Morán que le ayude a poner dos sacos en el lomo del animal para llevar la carga por el fango, hasta el sitio donde espera un camión. Por este tránsito cobra 8 dólares.