QUIROGA, MANABÍ
Lenta, como una tortuga que se mueve en un espejo bordeado por montañas verdes, una canoa a motor de 20 metros de largo se aproxima al pequeño puerto improvisado en el ala izquierda del dique de la presa La Esperanza.
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En su travesía, el bote se balancea y parece hundirse por la excesiva carga de productos agrícolas, chanchos, aves de corral y 40 hombres, mujeres y niños, que traen consigo esperanzas, curiosidad y desdichas, aquello que siente un ser humano que sale de la montaña hacia el pueblo, a las semanas o meses.
El ritmo aumenta en el puerto, sin muelle y con seis casetas de madera a su alrededor. Los intermediarios hacen de los dólares su abanico, no para refrescarse de los 32 grados centígrados de temperatura del lugar, sino para que los pasajeros se ilusionen y les entreguen sus productos a un precio mucho más bajo que en cualquier otro mercado.
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Los vendedores de las casetas avivan el fuego bajo las ollas de comida preparada y ponen en sitios visibles las cervezas, colas y otros productos; los choferes enfilan sus carros. Todos aprovechan la necesidad de los campesinos de comprar, vender, divertirse o ir en busca de sus familiares en pueblos cercanos.
La canoa se abre paso por entre otras diez que llegaron antes de las 11h00 del viernes al mismo muelle.
El propietario, Manuel Intriago, apaga el motor y antes de que los ocupantes pisen tierra firme les cobra 1,50 dólares por el pasaje de cada uno. “Son casi cuatro horas de viaje, gasto diez galones de gasolina y algo me queda”, dice.
Al puerto, ubicado a 10 km del cantón Calceta, convergen las aproximadamente diez mil personas que residen en El Tigre, Bejuco, Camarón, Balsa, Río Chico, Dos Bocas, Guayacán, El Ají, Camote y otra decena de recintos asentados en las cabeceras de la represa La Esperanza.
Única salida
La mayor parte de estos sectores carece de una carretera en invierno y verano; para ellos la presa es su vía de escape, su compañera, su vida.
“Traemos lo que produce la tierra, cacao, maracuyá, naranja, aves y animales; con eso sobrevivimos”, dice Vicente Bazurto, un agricultor de Guayacán que vendió 40 libras de cacao en 14 dólares al comerciante Luis Saltos.
El comercio no tiene el control de autoridad alguna; no rigen precios oficiales y se impone en su mayor parte la ley de la demanda. “A esto le pago, si le gusta”.
El cacao se negocia a 0,35 dólares la libra; la maracuyá a 0,12 dólares el kilo, una gallina criolla vale 4 dólares. “Aquí pagan un poco más que en la finca”, afirma Bazurto y mira la llegada de otra canoa.
EMBALSES
La presa La Esperanza se extiende desde la parroquia Quiroga, cantón Calceta, y se ramifica hacia el extremo este de Manabí, en los límites con Guayas. Empata con la presa Daule-Peripa y es parte del sistema de trasvases de Manabí.
Almacena 450 millones de metros cúbicos de agua, represada mediante un dique en el río Carrizal.
Se la denomina también represa Sixto Durán-Ballén, porque su construcción comenzó cuando el personaje ejercía la Presidencia de la República. Poza Honda es la otra presa que posee Manabí.
Todos afrontan privaciones
PRESA LA ESPERANZA, MANABÍ
Ángela Cevallos llega al puerto de la presa La Esperanza en una de las canoas sobrecargadas, se pone los zapatos y toma en las manos un saco en el que llevará las compras para la comida de su familia, compuesta por su esposo y cinco hijos.
El rostro de la mujer muestra el divorcio con la crema, el lápiz labial y otros productos embellecedores, pero refleja más de los 37 años que tiene. “Vivo en la ciénaga El Ensueño, a tres horas en canoa de aquí, otros viven más lejos y antes deben caminar por horas”, relata.
“Nuestra vida es dura porque debemos lidiar con la naturaleza, especialmente en el invierno”, afirma. Comenta que todos susvecinos se alumbran con velas o candiles en las noches y cocinan en fogón de leña. Pocos recintos cuentan con escuela y en toda la zona hay solo un centro de salud.
“Para ir hasta Calceta llevando a un enfermo se alquila una canoa a un costo de 40 dólares”, refiere Ángela.