El codiciado botín para el rescate de Atahualpa aún es buscado por entre las viejas haciendas de esta población.

La leyenda del tesoro perdido de Atahualpa comienza en Quinara, un poblado ubicado a 50 km de la ciudad de Loja.
Esa es una de las leyendas tradicionales más contadas de la provincia y nace en las viejas casas de las haciendas de Quinara.

Allí, aún quedan las piedras encontradas en excavaciones realizadas por buscadores de tesoros ajenos.
Empresarios nacionales y extranjeros han intentado desenterrar la riqueza de Atahualpa, que según la leyenda está en algún lugar de este valle encantado, el cual se encuentra bañado por el río Piscobamba.

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Allí han llegado muchos historiadores que afirman que “el mascarón”, una roca de tres caras que orientaba el lugar del entierro del tesoro, está como base de una antigua casa de la hacienda cuyo propietario, Manuel Enrique Eguiguren, tuvo la fama de tener entre sus bienes una parte del codiciado tesoro, todavía no encontrado en su totalidad.

El primer dueño del inmueble fue Amador Eguiguren, después de su fallecimiento, su hijo Manuel Enrique Eguiguren. “Años más tarde llegó la reforma agraria y se parceló la hacienda, luego Manuel Eguiguren también falleció”, cuenta Carlos Manuel Vega, vecino del lugar, donde las huellas de las excavaciones realizadas aún permanecen.

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Uno de los sectores más removidos es Huasaque, donde existen varias esculturas talladas en el conglomerado por la fuerza del sol, la lluvia y el viento.

La leyenda no termina con Atahualpa. Hablar con uno de los habitantes del sector es introducirse en la historia de “los siete huangos” o cargas de oro enterradas en Quinara y recorrer el Camino del Inca, que pasaba por la Tuna, El Pico Azul y El Charalapo, todos estos sitios llamados así en honor a los incas.

Agustín Ordóñez es uno de los expertos en la narrativa. Con frecuencia relata la caminata de los 7 mil indios que cargaban el tesoro de los templos del sol del Reino de Quito para salvar de la muerte a Atahualpa. “Ellos se dirigían por estos caminos, construidos con muchísima habilidad”, comenta.

Cuenta además, que los indios tenían su propio sistema de comunicación por medio de señas labradas en las piedras del valle, lo que es muy notorio hasta la actualidad.

ÚTIL SABERLO

Se llega a Quinara, pasando  los valles de Malacatos y Vilcabamba.

Desde Loja se puede tomar un bus en la terminal terrestre o un taxi – ruta, los cuales llevan al turista hasta el pueblo.

Si desea ir en vehículo propio, el turista tiene dos alternativas: 1.- la vía Loja - Vilcabamba – Masanamaca – Quinara, con una hora de camino. 2.- La vía Loja –Vilcabamba – Linderos – Tumianuma – Quinara, que toma una hora y media.

El Pilar del Inca, las Pilastras del Inca y la Cueva del Inca, son lugares para visitar.

Quinara está  a 1.300 metros sobre el nivel del mar y tiene una temperatura promedio de 21 grados centígrados.

El valle es un lugar óptimo para la vida

LOJA
Quinara es una parroquia rural del cantón Loja. Se encuentra a 50 kilómetros al suroccidente  de la capital provincial.
El clima templado y la disponibilidad de riego hacen del valle un lugar óptimo para la vida; además del aire puro y una alimentación orgánica, todo lo cual ha permitido que Vicente Pilco Torres, cumpla el próximo 23 de agosto, 112 años.
“He pasado lampeando, echando hacha y sembrando”, comenta. Toda su vida solo ha comido lo que produce: choclo, yuca, plátano y muy pocas veces ha bebido, lo que según él le ha permitido llegar a esa edad.

En Quinara, también es típico observar las moliendas, tradicionales factorías para la fabricación de panela, las que aparte de dar trabajo, son lugares turísticos muy visitados por extranjeros.

Se labora desde las 12 de la noche hasta las 5 de la tarde. Se corta la caña y se la transporta en acémilas hasta el trapiche, en donde se extrae el jugo y desecha el bagazo. El hornero espera el jugo en una paila, saca la cachaza y la hace hervir hasta que la miel esté a punto para la panela. El mielero la distribuye en moldes, luego de enfriarse pasa a la bodega, para su traslado al mercado en donde se la vende a 15 centavos de dólar cada una.