Mujeres y niñas se sumergen diariamente hasta la mitad de su cuerpo para dejar limpia la ropa y ganarse unos dólares, a orillas del río Balao.
Felícita Abicea golpea con una paleta de madera la ropa tendida sobre una piedra. Cada impacto es para ella un desahogo, es el grito reprimido de reclamo por su pobreza, por su esposo muerto; cada impacto es a la vez un consuelo y una esperanza, porque al terminar la jornada habrá obtenido 4 dólares con los que comprará la comida y “otras cositas” para su hijo y su abuela, a quienes mantiene.