La inseguridad y el miedo erosionan el espíritu en estas fechas que deberían ser de unión, paz, reflexión y familia. De todas las familias.

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Espero con ansias casi diabólicas la noticia de una embestida feroz contra la narcodelincuencia y cuando me entero de las matanzas en las cárceles o entre grupos delictivos, se me viene a la memoria esa frase tantas veces escuchada: “que se maten entre ellos”.

Es mi primer instinto el que habla, el de supervivencia. Sin embargo, los seres humanos tenemos la capacidad de tomar distancia de lo inmediato y poder reflexionar considerando un panorama más amplio.

La narcocultura se ha ido instalando en el país y no solo ha elevado los índices de robos, extorsión, asaltos y secuestros. Estos grupos criminales se han conformado como organizaciones muy bien estructuradas, que atraen y reclutan a cientos de niños y jóvenes que se incorporan tempranamente a las filas del narcotráfico y el delito.

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¿Por qué los niños y jóvenes se meten en esta vida brutal? Se ha dicho que por la seducción de la vida fácil, pero también es por una profunda falta de amor, por abandono, por la asfixia de vivir en familias disfuncionales, por arrastrar un alma desencajada y sin afecto, para tragarse de una buena vez tanta jodida tristeza y miseria, hambre y falta de afecto, no importa que se atraviesen las balas, escribió Javier Valdés.

Este desafío nos compete a todos, al Estado y a los ciudadanos, no podemos darles la espalda como sociedad y dejarlos solos.

Eliza Marbet Tezoco, de la Universidad Autónoma de Puebla, identifica en una investigación tres causas en el desarrollo social y emocional que llevan a los menores a vincularse con estos grupos delictivos.

La primera y más importante es la violencia familiar, con problemas como desintegración familiar, abandono del menor, explotación laboral y trabajo sexual. El estar expuesto a violencia familiar atenta contra la capacidad de establecer apego, vulnerabilidad que es aprovechada por los grupos criminales que les ofrecen una promesa de pertenencia y cuidado, sin importar el costo.

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La segunda causa es la violencia social, con visibles problemas de desigualdad que incrementan los índices de pobreza y deserción escolar. Además las escuelas se han convertido en bases de reclutamiento para los grupos delictivos, con altos niveles de violencia y normalización de la narcocultura.

La tercera causa es la violencia institucional, que tiene que ver con las negligencias y corrupción que han dejado el camino libre al narcotráfico para poder hacer de las suyas con la integridad de los menores.

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La violencia es el factor en común que comparten estos tres puntos y que es el potencial detractor de la integridad y el bienestar de niños y adolescentes.

Este problema es una bomba de tiempo social y hay que enfrentarlo.

Hay que trabajar con las familias para rescatar a esos niños y jóvenes.

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Este desafío nos compete a todos, al Estado y a los ciudadanos, no podemos darles la espalda como sociedad y dejarlos solos.

Entonces, en lugar de pensar “que se maten entre ellos”, podríamos apostar a “que se salven con nosotros”. Feliz Navidad. (O)