No concuerdo con quienes afirman que las sociedades cambian sin nuestra intención o permiso. Las acciones tienen consecuencias.

Por ello, tenemos que poner en marcha nuestros propósitos para el año nuevo, enfocados en objetivos y metas, con constancia y motivación, ingredientes fundamentales para alcanzarlos. Esto último involucra a colaboradores sintonizados, que se “pongan la camiseta” para la tarea.

En algún lugar leí que la vida premia a quienes levantan la mano para realizar un proyecto, aunque sea ajeno. Cada aporte cuenta en los resultados y casi siempre se pueden identificar en el esfuerzo a los actores del cambio. También lo podremos verificar ahora que termina el 2022, en el balance de nuestras actividades y las del país, especialmente en la economía y la política.

En el recuento aflorará que superamos bastante bien el horror del COVID-19 tras la masiva vacunación y otras necesarias medidas, que nos permitieron volver al camino de la normalidad.

También está el efecto de la inflación, con la que lidiamos consumidores y suministradores de bienes y servicios, originada por el incremento de los precios. Esta habría sido importada de EE. UU., Asia y Europa (que sufren la elevación de precios), generada por la escasez de contenedores para el envío de mercaderías, y la inmovilización en puertos asiáticos, debido al control de la pandemia; y, posteriormente, por el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, que redujo la oferta de fertilizantes y cereales.

En lo interno, no hemos podido sobrellevar la crisis de inseguridad en calles y hogares, con la que nos tienen agobiados la delincuencia común, las mafias del narcotráfico, sus adláteres en la militancia política y organizaciones sociales (en el pasado solo comprometidas con sus legítimas reivindicaciones) financiadas con dineros de sospechoso origen, que aún conspiran contra el adecuado ambiente de paz para el desarrollo de los negocios y el sano crecimiento económico; situándonos así en desventaja en el análisis comparativo con Perú y Colombia.

Tampoco hemos recuperado las plazas de trabajo perdidas en los últimos años, por la inestabilidad que generó la turbulencia prohijada por organizaciones políticas, a pesar de que ello les conlleva desprestigio acelerado, por su actitud provocadora, desafiante y suicida.

Es aconsejable, a la vista del nuevo año, desear que venga lo mejor, pero estar preparado para lo peor, según expresó recientemente Jeff Bezos (magnate creador de Amazon), debido a la temida recesión. Pero en Ecuador precisamos que los líderes políticos asuman un rol histórico remarcado por el patriotismo. Este país también es de sus hijos, nietos y bisnietos. No imiten la actitud egoísta de Luis XV de Francia, quien, en medio del descontento popular, vio venir el estallido social y los terribles acontecimientos, y, sin embargo, no le importó. Los líderes sensatos y revestidos de grandeza deben desearnos mejores días y, a la par, ejecutar acciones congruentes que dinamicen la economía y ayuden a recuperar la paz social. No deberían desearnos el diluvio. (O)