Escribo el domingo anterior a la celebración de Navidad. Muchas cosas pueden pasar en este amado país antes que familias, amigos, vecinos, se reúnan para compartir fe, comida y regalos.

Esta Navidad será seguramente recordada por muchos de una manera especial. Las preguntas de fondo afloran rápidamente. ¿Cómo celebrar con un mundo en guerra, cuando en Ucrania la devastación continúa y en Medio Oriente, el lugar donde millones de seres humanos dirigen sus pensamientos para recordar el pesebre con su pobreza, sus estrellas y el aliento cálido de los animales cobijando al ser humano que marcaría un antes y un después en nuestra historia común, el bien amado Jesús, rostro cercano de un Dios que imaginamos lejos, está sometida a la barbarie, el dolor, el sufrimiento y la muerte?

Aprendamos del pavo

Y nosotros aquí entre la perplejidad y la indignación que produce el levantar los velos de una metástasis de corrupción y violencia enquistada en el corazón de las instituciones que deben garantizar nuestra seguridad, libertad y derechos. Y descubrir los tentáculos de un monstruo que parece invadir todos los espacios.

Y aún más cerca, en nuestras ciudades, barrios, recintos, ciudadelas, o carreteras, como pegándose al cuerpo el miedo colectivo de salir, ver acercarse a un desconocido o escuchar las noticias de más víctimas.

¿Cómo vivir la Navidad para que los encuentros no se conviertan en otros campos de batalla verbales, o la evasión de temas espinosos se convierta en un concurso de sonrisas fáciles que ocultan lo que nos inquieta?

“Para llegar al amanecer no hay otro camino que la noche”, escribía K. Gibran.

¿Cómo hacer que esos encuentros generalmente preparados con mucha ilusión y expectativas, con cocineros esmerándose por brindar lo mejor de sus recetas, sea un respiro y un recrearse juntos para abordar con ánimo la cotidianeidad que nos espera?

Ser útil antes que importante

En tiempo de apagones, quizás hay que sumergirse en la oscuridad que oculta millones de estrellas. Quizás hay que descender aún más, tocar fondo. Escarbar más en ese ser tan cercano que conocemos poco y mal. Nosotros mismos. Para que la alegría no dependa de otros ni de las circunstancias, sino que la descubramos y cuidemos como un tesoro en el interior de una mina, una luz titilando en nuestro interior, allí donde de verdad somos uno con todo lo creado y con el creador. Quizás será un buen momento para poner en orden todo el ruido interior que produce en nuestras vidas estar conectados a dispositivos, aparatos, redes recibiendo constantemente peleas de otros, enfrentamientos de otros, sin darnos tiempo para mirarnos a los ojos y comprendernos.

Qué tal si en vez de estar pasando mensajes a los que están lejos para desearles felicidad, (ellos a su vez estarán, muchas veces, haciendo lo mismo con mensajes copiados de otros) nos acercamos a los que tenemos al lado y gozamos de su compañía sin interrupciones, solo estar y compartir.

Puede producirse una nueva Navidad, un renacimiento de relaciones que experimenta el amor en su esencia más pura, la atención y el cuidado del otro, la alegría de ser con los demás. Y casi sin querer sanando la raíz, ayudamos a cambiar la realidad de violencia que es fruto de lo que antes sembramos o dejamos crecer.

Feliz Navidad. (O)