¿Hay que construir o reconstruir el país? Y a esa pregunta sigue otra, ¿cómo?

La primera constatación es el sentimiento colectivo de desidia, hartazgo, asombro, asco y, en general, de desaliento. De enojo y frustración. Y esperamos cosas peores, en cuanto a seguridad, política, reacciones sociales. Razones hay.

Quizás una de las principales preguntas la formulamos en plural: ¿cómo llegamos hasta aquí? Porque todos somos responsables, por acción, omisión, evasión, complicidad, ceguera selectiva, y hasta por motivos religiosos y espirituales. Quiero buenas noticias, tranquilidad, silencio, playa, montaña, fiesta, quiero olvidarme, vivir y esto no es vida.

Las interrogantes que nadie quiere contestar

Colectivamente, como personas y ciudadanos necesitamos frenar para vislumbrar el camino a seguir. Esta semana me detuve a tratar de comprender pasajes del libro del Éxodo que se leen en las iglesias la noche de la Pascua. En general, no me atraen esos episodios porque hay guerras, muertes, luchas entre el dios de los egipcios y el de los hebreos, porque los unos se alegran de la muerte de los otros y atribuyen a Dios las masacres. Siempre me pregunto: ¿pueden los egipcios ser cristianos cuando se celebra con cánticos, en los ritos religiosos, la muerte de los suyos?

Comprendí, absteniéndome de interpretaciones religiosas, hechos fundamentales: el pueblo hebreo tuvo que aprender a vivir como nación.

Tenían mentalidad de esclavos, se contentaban con la comida y un lugar para vivir, se rindieron personal y colectivamente. Encontraban normal el someterse, nada podían hacer. Sobrevivían tristes y resentidos. Su cohesión pasaba por aprender a creer en sí mismos y entusiasmarse por un propósito, un destino, sentirse amados y protegidos, guiados, pero dueños de su travesía.

Un camino que debían construir juntos. Lo hicieron con un líder, Moisés, con ideas claras y muchas debilidades. Un líder que se crio libre, pero supo que pertenecía a un pueblo esclavizado. No encuadraba totalmente con los hebreos ni con los egipcios, un líder que aceptó consejos para gobernar y no cedía en los valores fundamentales... Discutía con Dios, y a la vez estaba atento a sus manifestaciones en la cotidianeidad de la vida. Sabía escuchar y actuaba en consecuencia.

Números, esperanza y buen humor

Este pueblo nuestro, del que soy parte porque como un injerto me mezclé en su savia, necesita enamorarse de su país, de su gente, de sus paisajes, de su historia, de su cultura, de su música, sus artes y sus posibilidades.

Necesita aprender a decir nosotros con orgullo, necesita que la ética y los valores sean su conciencia colectiva, necesita ser un conglomerado de personas que respetan las leyes sin remilgos ni excusas.

El cambio que requerimos pasa por cambios estructurales, pero también y sobre todo, al mismo tiempo, por cambios personales.

Hay que reconstruir todo el sistema social, político y económico que hemos creado con la corrupción como camino y el dinero como meta. Es el espejo en el que no queremos vernos nunca más.

Hay que buscar en nuestro interior el manantial de aguas limpias y ponernos en marcha, purgando todas las metástasis y demás lacras que nos azotan. Reconstruir desde las bases esta tierra que amamos como propia sabiendo que es de todos. (O)