El 5 de noviembre del próximo año los estadounidenses elegirán un nuevo presidente. El impacto de la decisión es global. Hay algunas diferencias y varias continuidades que se advierten en lo que parece que va a ser una contienda entre el actual mandatario, Joseph Biden, y el expresidente Donald Trump.

En la percepción de los electores el tema central de la relación de ese país con América Latina es ahora el de la migración. La crisis económica de algunos países, la violencia social ligada a las economías ilícitas y el conflicto político en varias de sus sociedades han disparado numerosos flujos de personas que buscan vivir en los EE. UU. La presión sobre las fronteras es alta, y la proximidad de la elección exacerba los discursos xenófobos. Ambas candidaturas proponen controles adicionales e intentan interpelar los temores de los trabajadores y de los migrantes ya establecidos en el mercado laboral “endureciendo” sus posiciones. La interdicción y seguritización de un fenómeno -que tiene causas sociales y económicas- históricamente no ha sido una estrategia que funcione; al contrario, genera conflictos y potencia la rentabilidad de las redes ilegales que se alimentan de las necesidades de los desplazados y refugiados.

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La hostilidad de Trump contra Cuba no cambió con Biden, quien no retomó el acercamiento iniciado con Obama, y más bien se profundizó. Sin embargo, el apoyo a la transición en Brasil o en Guatemala ha sido importante para defender procesos electorales bajo ataque.

En el ámbito de la política mundial, ambas candidaturas sienten una amenaza en la emergencia de China como potencia económica y militar. Trump es más radical en su proyecto confrontativo. Aunque la política estadounidense evoca la estrategia de la contención usada para la Unión Soviética durante la Guerra Fría, la posibilidad de implementarla contra China, en un escenario mucho más interdependiente que el de hace 40 años, es muy difícil. La industria norteamericana y la asiática se requieren mutuamente. Los sistemas financieros están interconectados, pero además el resto de economías del mundo, empezando por varios aliados de Beijing y Washington, están vinculados con los dos centros productivos de múltiples maneras. Romper lo que conocemos como globalización no solo que es complicado, sino que afectaría a los propios EE. UU., que además no tienen la capacidad que tenían el siglo pasado de imponer modelos comerciales y financieros a nivel mundial.

En el plano geopolítico particularmente hay diferencias centrales. Trump ha sido escéptico de la alianza entre Washington y Europa, particularmente distante de la OTAN, y se ha mostrado crítico del respaldo a Ucrania. Una victoria suya podría disparar consecuencias importantes en Occidente y su entorno e impactaría en la forma como se reorganiza el orden internacional, pues Europa, por ejemplo, se vería obligada también a diversificar sus opciones.

Los Estados Unidos no tienen la hegemonía en los asuntos globales que disfrutaron en el siglo XX, pero siguen siendo determinantes en la forma como se organiza el mundo y se distribuye el poder internacional. ¿Biden o Trump? (O)