He seguido bastante de cerca (considerando que no soy inglés, así como la natural y evidente distancia geográfica y cultural existente) la trayectoria de Alexander Boris de Pfeffel Johnson, brillante político conservador británico, nacido en New York, dos veces alcalde de Londres, parlamentario, excanciller y desde el 24 de julio de 2019 primer ministro británico.

Sus ejecutorias, criticadas por el almidonado establishment que no entiende el cambio de los tiempos, ni la era digital, me recuerdan mucho a su principal inspirador político, Sir Winston Churchill, célebre premier británico, héroe de la Segunda Guerra Mundial, quien también fue criticado y ridiculizado en su tiempo, pero cuyas ejecutorias marcaron positivamente al mundo que hoy tenemos.

Por tal motivo, me atrevo a asegurar que estamos frente a un político diferente; impredecible, populista, desarreglado, brillante, sagaz e impulsivo que no deja de sorprender a propios y extraños con sus actuaciones al frente del otrora imperio más poderoso del mundo.

Su irrupción en la causa por el Brexit que lo catapultó al cargo que hoy ostenta, y la obstinación con la que luchó por ella, al punto de jugarse el puesto en una genial movida política que le significó al partido conservador inglés una de las más contundentes victorias electorales de las últimas décadas, ha tenido un cierre con broche de oro el pasado 24 de diciembre cuando, a su estilo, como quien celebra un gol en el estadio, anunció el cierre satisfactorio de la negociación de los términos del Brexit con la Unión Europea, que le garantiza a la Gran Isla una salida pacífica, digna y económicamente muy conveniente de la Comunidad Europea, en condiciones ya vigentes desde el 1 de enero de 2021.

Johnson no era favorito de los medios; sin embargo, su camaradería con Donald Trump (ese sí odiado por la gran mayoría de medios del mundo, aunque muchos lo nieguen) le agregó una pesada carga que se evidenciaría luego en las duras críticas de prensa local, norteamericana y mundial a su gestión al frente del proceso Brexit. Todo ello sumado al eterno celo que Europa siempre ha tenido respecto del Reino Unido.

Este año y medio, desde que asumió el cargo de Primer Ministro, ha estado repleto de portadas de revistas y periódicos de amplia lectoría y tradición en el mundo ridiculizando su gestión y de análisis sesgados augurándole a los británicos una salida desastrosa y casi apocalíptica de la Comunidad Europea.

Al final, Boris se salió con la suya; a pesar de la presión mundial, e incluso dentro de su mismo círculo, se selló la salida; y en el camino, el Reino Unido ha venido sellando acuerdos comerciales con las principales economías del mundo, a fin de asegurarse que esta salida no cierre un solo mercado.

Ahora, los británicos han retomado el control integral de su destino, de su vocación de libre comercio, sin depender de las ataduras burocráticas comunitarias, ni tener que financiarla con los impuestos de sus ciudadanos. Y qué mejor momento que la pospandemia.

Desde esta columna le auguramos buen viento y buena mar a tan admirada y apreciada nación. (O)