Opinión de Ramón Barranco, director artístico del Teatro Sánchez Aguilar (TSA)

El pasado día 17, la Orquesta Filarmónica Municipal de Guayaquil junto con el Municipio, el Colegio Alemán Humboldt y La Garza Roja pudieron llevar al escenario del Teatro Centro de Arte el último y quizás más emotivo de los conciertos que tenían previsto celebrar dentro del Festival de Música, que este año dedicaban a uno de los más grandes compositores de la historia, Ludwig van Beethoven, por el 250.º aniversario de su natalicio.

La obertura Egmont abrió el programa; compuesta por Beethoven como música incidental para la obra teatral escrita por otro gran autor alemán, Goethe. Beethoven bebe del movimiento, que fue precursor del romanticismo en Alemania, el Sturm und Drang (tormenta e ímpetu) que exalta el yo, como la reivindicación del genio creador, siendo Beethoven el exponente más claro en el ámbito musical, considerándosele el primer romántico.

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Como artista invitado aparecía en el escenario el bielorruso Andrey Ponochevny. Dotado de una magnífica técnica interpretativa, hizo disfrutar al público con su interpretación del Concierto n.° 5, conocido como Emperador, sobrenombre que fue adjudicado por el editor.

La orquesta, al mando de su director, siempre fue el acompañamiento perfecto en todas sus dinámicas, y el público presente lo premió, parado, con una fuerte ovación. Viéndose obligado a ofrecer un bis.

En la segunda parte, la que seguramente sea una de las sinfonías más importantes de la historia de la música, y que comienza con las cuatro notas más famosas de la historia de la música, sol, sol, sol, mi, fa, fa, fa, re y su métrica de corta-corta-corta-larga. La Quinta Sinfonía de Beethoven, cuyo sobrenombre “el destino llama a tu puerta”, se justifica como la lucha del propio compositor contra su sordera. La orquesta estuvo dirigida con precisión y pasión, virtudes propias de su director David Harutyunyan. (O)