Lo conversaba hace unas horas con Humberto Montalván Sánchez, deportista del colegio Vicente Rocafuerte y miembro de una familia que produjo estrellas como Fausto Montalván Triviño, el gran capitán del Barcelona que forjó la idolatría a partir de 1947; y sus hermanos Guillermo e Ítalo, quienes destacaron en el fuerabordismo.

Humberto empezó a jugar fútbol en el barrio de Colón y Chimborazo, de donde nació un equipazo que tenía como estrellas a Pancho Barreiro, arquero de Español, Patria, Barcelona y la selección nacional; Carlos Maridueña, luego zaguero central de Emelec y de la Selección; Pepe Hinojosa, un buen volante de armado de Emelec; Benito Benitín Valdez, quien llenó de fútbol a Patria y a Emelec; y mi amigo Humberto, que destacó en los juveniles de Patria, cuyo arquero era Alfredo Negrete Talentti, hoy periodista de renombre y catedrático universitario.

De ese barrio surgió Alberto Jurado González, primer deportista ecuatoriano que compitió en los Juegos Olímpicos de París 1924 y ocupó las portadas de los diarios de la época como zaguero del club Centenario, que en 1920 se enfrentó a los marinos del buque inglés Weymouth en el primer partido internacional de la historia de nuestro fútbol.

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Un año después jugó por el mismo club contra los marinos del buque Cambrian. Para esa época Jurado ya era el mejor atleta del país en los 100 metros planos y en salto largo, pruebas en las que participó en París. Fue también un boxeador de notable estilo que dominó su categoría y en 1923 pasó al Oriente, con el que fue campeón de la Federación Deportiva Guayaquil.

Como si esto fuera poco, en esa esquina muy porteña surgieron Elí Jojó Barreiro, el deportista más completo de la historia (fue campeón en natación, saltos ornamentales, sumersión, básquet, rugby, béisbol y fútbol), y Miguel Roque Salcedo, basquetbolista, beisbolista y boxeador, quien además fue luego una figura consular en el periodismo deportivo y la cátedra vicentina.

La actividad deportiva de los barrios, en EL UNIVERSO de 1967. Foto: Archivo

Los muchachos de esas épocas dedicaban su tiempo libre al deporte como modo de diversión. Había muchos espacios libres en una ciudad pequeña como Guayaquil. Fedeguayas promovía espectáculos deportivos de todo género. Sus dirigentes eran exdeportistas que entregaban vida y dinero sin sacrificar sus actividades particulares. Bien vale recordar algunos nombres de estos caballeros de gran prosapia cívica y profesional: Manuel Seminario Sáenz de Tejada, Guillermo Roca Boloña, Efraín Suárez Alvarado, Armando Pareja Coronel, Tomás Carlos Moreno, Manuel Díaz-Granados, Rafael Dillon Valdez, Agustín Febres-Cordero Tyler y muchos más. Anote esos nombres y compárelos con los que dirigen hoy la Federación Deportiva del Guayas, sumida en la peor crisis de su historia.

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Muy cerca estaba otra usina de grandes deportistas: Boyacá y Sucre, el famoso Suc-Boy. De esa esquina salió Juan Benítez Pareja, el fuerte zaguero del Ídolo del Astillero descubierto por Rigoberto Pan de dulce Aguirre en el parque España cuando Juan era basquetbolista de Athletic. Otras figuras de renombre fueron Eduardo Shory Vásquez, quien debutó en el Everest en Milagro en mayo de 1954 al lado de Alberto Spencer y su compadre Julio Zambo Foyaín, aparte de haber sido notable basquetbolista; Mauro Ordeñana, centrodelantero de 9 de Octubre y LDU que en 1958 fue el segundo mejor artillero del torneo de la Asociación de Fútbol del Guayas, detrás de Enrique Raymondi y con más goles que Alberto Spencer.

Imposible olvidar a Carlos Pan de huevo Aguirre, uno de los mejores lanzadores de media distancia en la época de oro del básquet porteño. Más adelante en el tiempo Suc-Boy fue la cuna de Jorge, Vicente, Carlos y Harry Mawyin, futbolistas de prestigio: y de sus hermanas Aída, gran atleta campeona bolivariana en 1950 en los 100 metros planos; y Mery, nadadora del Náutico Guayas, que se cansó de ganar títulos.

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En el barrio del Astillero nació, a más de Barcelona y Emelec, el club Caupolicán del que salieron a los diamantes del béisbol nuestro, jugadores que hicieron la grandeza de la pelota chica que competía con el fútbol en popularidad. De ese barrio aledaño al coliseo Huancavilca: José Banchón, el más famoso abridor y robador de bases de toda la historia; Marcos Avilés, que hizo batería en Reed Club con el legendario Héctor Ballesteros; Félix Avilés y Raúl Foyaín, campeones sudamericanos en 1963, Medardo e Hipólito Haro. En el básquet brilló Carlos Jurado Morán y en el boxeo uno de los ídolos porteños: Gallo Giro Hungría.

Barrio tradicionalmente deportivo fue la Boca del Pozo, cuyos máximos representantes fueron José Negro Jiménez, alero derecho del quinteto de oro barcelonés y autor del primer gol en la historia de los enfrentamientos entre toreros y eléctricos en 1943; Daniel Pata de chivo Pinto, genial interior derecho de Norteamérica que pasó en 1956 a Emelec para juntarse con José Vicente Balseca y llenar de alegría a las graderías del viejo estadio Capwell. Por allí anduvieron también Enrique Moscovita Álvarez del Italia, 9 de Octubre, Emelec, Lanús de Buenos Aires y Santa Fe de Bogotá, donde hizo pareja en la línea media con Ángel Perucca, argentino, apodado el Portón de América.

Hay mucho para escribir sobre los barrios guayaquileños donde se hacía deporte en grande, pero se necesita un espacio que ocuparía un libro.

La charla con Humberto Montalván motivó esta columna, al igual que una foto de los juveniles beisbolistas del barrio Orellana que inyectaron una savia nueva a este deporte. La figura más representativa de ese barrio, Eloy Guerrero Sánchez, en una entrevista hecha en YouTube por Mario Vargas Zúñiga, de una familia de nadadores, relató cómo se formó esa pléyade de grandes jugadores que empezaron en las calles jugando con pelotas que fabricaban con brea y cáñamo, con palos de escoba como bates y guantes de fabricación casera hasta que un día dos periodistas, Ricardo Chacón García y Miguel Roque Salcedo, los llevaron a los juveniles de Liga Deportiva Estudiantil y fueron campeones hasta llegar a la primera serie para dar grandes batallas a los equipos consagrados como Emelec, Reed Club y Oriente.

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Eloy jugaba en cualquier puesto del infield y hasta llegó a calzarse el peto y la máscara para alinear de receptor. Su lanzador era Tobías Antulo Vera, quien llegó a alcanzar un no hit no run, que en cristiano quiere decir ni batazos ni carreras. La foto (gracias, Carlos Rodríguez y César Castillo) es una fuente de bellos recuerdos. Allí están con cara de chiquillos Ernesto Weisson, Edwin Huevito Fernández, Roberto Tomassi, Atahualpa Calderón, Jorge Yoyo Game, Luis Ramírez, Freddy Uzcátegui, Raúl Chano Martínez, Lenín Salmon, John Cevallos y el insuperable capitán de LDE y de Ecuador Eloy Guerrero, quien levantó la copa entregada a nuestro país como campeón sudamericano en 1963 y 1966.

Como dice el tango, “viejo, barrio, que tenés el alma inquieta de un gorrión sentimental, perdoná si al evocarte se me pianta un lagrimón” por tu muerte. Los barrios murieron y con ellos el deporte guayaquileño. El Guayaquil deportivo ya no existe, solo un ‘modelo’ de hacer negocios con el membrete de Fedeguayas. (O)