Francisco Chamaco Valdés, fino y letal interior derecho chileno, entró al área sin oposición y metió un derechazo inatajable hacia el arco vacío. Tan inatajable que el gol era en el estadio Nacional, en Santiago, y el arquero ruso estaba durmiendo en Moscú. Unos 15.000 hinchas en las tribunas celebraron tibiamente el insólito “gol”, más sonrientes que eufóricos. Presenciaban lo que sería un episodio grotesco e histórico. Fue el 21 de noviembre de 1973, acaban de cumplirse 50 años. Chile clasificó esa tarde al Mundial 74, acompañando, por Sudamérica, a Brasil, Argentina y Uruguay.

Tal vez nunca la política se inmiscuyó tanto en el fútbol. Fue decididamente novelesco, al punto de haberse escrito libros sobre el tema. Al ganar el grupo C de la eliminatoria sudamericana, Chile debía disputar un repechaje ante la Unión Soviética. Había premio grande para el vencedor: un boleto para Alemania 74. No era fácil, la URSS venía de ser subcampeón de Europa y tenía una figura enorme: Oleg Blojin, el puntero ucraniano que sería Balón de Oro dos años después. No obstante, Chile contaba con un grandísimo equipo, compuesto por diez jugadores del Colo Colo finalista de la Libertadores 1973, más Elías Figueroa, el superzaguero que brillaba en Brasil.

‘Parecían venidos de Marte…’

Al acercarse la fecha del juego de ida, se registró un suceso trágico: un golpe militar encabezado por Augusto Pinochet había depuesto al presidente chileno Salvador Allende, de extracción marxista-leninista, el 11 de septiembre de 1973. Quince días después, la selección chilena debía enfrentar a la URSS en Moscú. Sorteando diversos inconvenientes, La Roja llegó al país más grande del mundo y el 26 de septiembre de 1973, en el estadio Lenin, de Moscú, la Roja puso coraje y con un planteo ultradefensivo logró un heroico empate en cero que la perfilaba mejor para el desquite como local. “El partido de los valientes”, tituló Axel Pickett a su libro, una investigación detallada sobre el tema. No exageró: Chile había pasado a ser en ese momento un país enemigo para el régimen soviético. Por orden del Kremlin, el cotejo no fue televisado. Ni siquiera en la URSS. No querían propalar imágenes de una posible victoria chilena.

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Foto: Tomada de la página web marca.com

No hay otro Scaloni, eh...

La delegación sudamericana partió hacia la patria de Dostoyevski solo seis días después del sangriento golpe de Estado que derrocó a Allende. Miles de personas estaban siendo encarceladas y torturadas en toda la extensión del longilíneo país austral por el régimen de Augusto Pinochet. Y el estadio Nacional era el principal centro de detención.

Atacar genera felicidad

Varios futbolistas habían caído en las redadas. La estrella del equipo nacional, Carlos Caszely, estaba tachado de izquierdista, igual que el Pollo Véliz, puntero zurdo, el zaguero Leonel Herrera y el técnico Luis Álamos. Se salvaron tal vez por la necesidad chilena de que jugaran el definitorio partido. El padre de Nelson Vásquez, delantero suplente, había sido “chupado” por las fuerzas de seguridad y se ignoraba su paradero. Vásquez se puso firme: “Si mi padre no aparece, no viajo”. Ir al Mundial era una cuestión importante, casi de Estado. Se hicieron gestiones y el hombre fue liberado: Vásquez viajó.

Primero hay que saber sufrir

Todo el viaje fue tenso. La URSS había roto relaciones diplomáticas con Chile. Al llegar a Buenos Aires, primera escala del largo periplo, un enjambre de periodistas se abalanzó sobre los viajeros. “¡Qué famosos somos!”, pensó Véliz. Nada que ver: la prensa quería saber de primera mano si eran ciertas las noticias atroces que llegaban del otro lado de la Cordillera.

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Dos meses más tarde correspondía la revancha en Santiago, pero el Gobierno comunista soviético (tan respetuoso de la democracia…) ordenó que su equipo nacional no acudiera a Chile, en protesta por el derrocamiento de Allende, un aliado estratégico, y porque el estadio Nacional era un centro de detención y torturas. No quería jugar allí, aunque se quedara sin Mundial. Esperaba poder presionar a la FIFA para disputar el desquite en terreno neutral. La federación soviética avisó formalmente a la FIFA que no iría a jugar a un país convulsionado políticamente y en un estadio que era recinto de torturas (rigurosamente cierto). Y vale agregarlo: donde se fusilaba o desaparecía a militantes comunistas, afines al régimen soviético.

Chile dijo que cómo… Que qué están diciendo… Que son mentiras… Y la FIFA ordenó una inspección al estadio Nacional. Se produjo el 24 de octubre y fue bastante superficial. Los militares despejaron los camarines, escondieron a los presos en otras dependencias y Helmut Käser y Abilio D’Almeida, los observadores, aprobaron el escenario. “Hubo ocultamiento de detenidos, para qué mentir. Éticamente es cuestionable lo que hicimos, pero había muchas presiones”, se defendió Francisco Fluxá, entonces presidente de la Asociación Central de Fútbol, en una nota evocativa publicada por el diario La Tercera en 2003.

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Uno de esos detenidos era Hugo Lepe, zaguero de Colo Colo, primer presidente del Sindicato de Futbolistas Profesionales, tildado de activista peligroso. “Al volver de Moscú me enteré de que Hugo estaba detenido”, relataba Chamaco Valdés, gran ídolo futbolístico del país. “Pedí una audiencia a Pinochet y me atendió. Intercedí por mi compañero. Me dio un carné para presentar ante cualquier autoridad militar. Apúrese, me dijo, sugiriéndome que podía morir en cualquier momento. Afortunadamente, tras mucha búsqueda, lo encontré y fue liberado”.

A medida que avanzaba la fecha del encuentro, más se especulaba con la comparecencia soviética en la revancha. Hasta horas antes se decía que estaban escondidos en Argentina y que llegarían justo a la hora del partido. Una tontería, porque no podía aterrizar en helicóptero, debía entrar por puerto o terminal aérea y pasar por migraciones. Igual, la orden chilena fue alistar el equipo e ingresar a la cancha con vestimenta de juego para cumplir con el reglamento. “Nosotros nos presentamos”, se dijeron. Lo insólito: no entró el árbitro austriaco Eric Linemayr, designado por FIFA, sino un propio chileno, Rafael Hormazábal. La instrucción agregaba que Chile, aunque no hubiese rivales enfrente, moviera el balón, avanzara y anotara el ridículo gol. A miles de kilómetros de allí, Evgeny Rudakov, arquero ruso, vio posteriormente las imágenes de los delanteros yendo hacia “su” arco. Lo recuerda como un gigantesco absurdo: “¿Por qué hicieron eso…? ¿Acaso no estaba en el reglamento que si un equipo no se presenta pierde automáticamente 2 a 0…? Y ese gol también sería inválido, pues provino de un pase hacia delante, con lo cual es offside”.

“El partido contra los fantasmas”, se lo denominó. La URSS perdió los puntos y Chile fue al Mundial sin necesidad de jugar esa revancha. Uno de los 15.458 espectadores de aquel extraño match era Hugo Lepe, quien después de lo vivido se atrevió a volver al estadio Nacional para abrazar a su amigo. “Hugo, ¿tú aquí… tai loco…?”, preguntó el Chamaco Valdés. “Lo que pasó ya pasó, ahora te vengo a ver jugar”, respondió Lepe. (O)