Igual que hay un ‘penal de Antonin Panenka’, hay un ‘penal de Johan Cruyff’, menos citado y recordado por menos repetido.

Ayer (domingo) lo volvimos a ver, aunque con una variante: en el caso de Cruyff, fue él mismo quien, tras ceder a la izquierda a Jesper Olsen, marcó a devolución de este. La versión del domingo fue modificada: marcó el receptor, Luis Suárez. No sé si la intención era esa o bien si Suárez vio que el arquero Sergio se olía una devolución a Lionel Messi y descuidó el palo. En todo caso fue un lujo, un lujo extra en un partido lleno de ellos. La guinda de una noche que ensalzó la belleza del fútbol y la eficacia del tridente catalán.

Un lujo emparentado con la tradición del club, además. Porque aunque para cuando marcó ese gol ya estaba de vuelta en el Ajax (fue en 1982), Cruyff forma parte del alma del barcelonismo. Me descubre Agustín Martín que existía un precedente anterior a Cruyff, del belga Rik Coppens, en un Bélgica-Islandia (8-3) clasificatorio para el Mundial 1958.

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Coppens hizo lo que Cruyff: marcó tras apoyarse en un compañero. Quizá Cruyff hubiera oído hablar de aquello, quizá improvisó, quién sabe. También existe algún intento fallido, particularmente uno entre los franceses Thierry Henry y Robert Pires, el 2005, en el Arsenal.

En todo caso, es bonito convertir el penal, que de suyo tiende a ser un golpe de matarife, en algo artístico, sea al modo Panenka o al modo Coppens-Cruyff. Y no vean burla. En ambos casos se arriesga mucho en caso de fallo, porque entonces el atrevimiento se convierte en ridiculez. Suárez pisaba la raya, eso se puede aducir, pero no el intento bien coronado de ofrecer un golpe de magia más en un partido cargado de ellos. Messi se dejó ahí su gol 300, pero acerca más a Suárez al Pichichi. Con el uruguayo y con Neymar en su órbita ha creado un microcosmos que no para de producir goles y belleza. (O)