Bajo un frondoso árbol de samán a orillas del río Babahoyo, en Samborondón, Juan José Avelino extrae con una azuela el zinc deteriorado de los bordes y las uniones del piso de una pequeña canoa.

Avelino, de 36 años, labora allí con Juan, su padre, y el compadre de este, Paúl Martínez, quienes llevan décadas en el oficio de reparación y elaboración de canoas de guachapelí.

Con la llegada del invierno los agricultores acuden a los astilleros que hay en poblados ribereños para reemplazar piezas vetustas de sus embarcaciones, de 6 a 14 varas, usadas para desplazarse de una ribera a otra.

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“Uno se tira a veces hasta 15 días en una canoa grande, poniendo piezas, macillando y pintando; una chica puede tomar una semana”, asegura Martínez, quien restaura varias canoas que serán pintadas con distintivos samborondeños como parte de un proyecto del Municipio, cuya finalidad es incentivar el turismo en Samborondón y fomentar el trabajo de los artesanos astilleros.

Mientras que en el recinto Villa Mercedes, frente al muelle que está en el malecón de Samborondón, Fanny Jiménez, de 40 años, se encarga de darle los últimos detalles a las canoas que llevan a reparar.

En estos días del mes, Fanny se encarga de decorar paisajes samborondeños en el interior de cuatro canoas de pasajeros, de unas 14 varas, que forman parte del proyecto que el Municipio ha encargado a astilleros de la zona.

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Con moldes de dibujos y plantillas de letras plasma los diseños. El primero es un campesino navegando en el río, y una garza tomando vuelo. Del otro costado de la embarcación pintará un sol, con una forma torneada para dar la sensación de movimiento.

Fernando León, presidente de la Asociación de Transporte Fluvial de Samborondón, manifiesta que el jueves 13 se entregaron las 10 primeras canoas, de 48 en total, ya pintadas al alcalde José Yúnez.

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Cada taller recibirá $ 150, sin contar con los costos de cambios de piezas que corren a cuenta de los propietarios.