Camina por el piso adoquinado por unos quince minutos. Se detiene y desde una baranda observa a su alrededor, el estero Salado rodeado por una vegetación frondosa. Y aunque el sol está intenso, una brisa acaricia su rostro y lo incentiva a retomar su caminata. Es Alejandro Mendoza, estudiante de la Universidad Católica, que tiene un año realizando esta práctica.