Para Kristofh Pozo, el cine no llegó por herencia ni por un plan calculado. Llegó cuando no sabía qué camino recorrer. El destino le puso en frente lo que es ahora su mayor orgullo. “Es una presión fuerte para un chico tan joven decir qué hace el resto de su vida”, recuerda. Al terminar el colegio no sabía hacia dónde ir, y su mamá, lejos de empujarlo a una decisión inmediata, le dio un consejo que en definitiva le cambió la vida: viajar.

Así llegó a Londres con 17 años, a un programa llamado Work Skills, por el que trabajó como mesero, aprendió a moverse solo y compró una cámara HD china que llevaba en el bolsillo “todo el tiempo”. No tenía formación técnica, pero sí una intuición: “Ahí fue uno de los primeros sueños que tuve”, confiesa Pozo.

De regreso a Ecuador le dijo a su mamá que quería estudiar cine. Entró a la UDLA, pero muy pronto sintió que algo no encajaba. “Creí encontrar más gente apasionada, pero no conecté con muchos”, cuenta. Para no quedarse inmóvil, empezó a buscar clientes por su cuenta. “En las horas huecas me vestía superformal, con corbata, y me iba a buscar clientes”. Esa búsqueda lo llevó al mundo nocturno, donde hacía fotos y after movies que discotecas publicaban en YouTube y Facebook. Desde ahí comenzó a estudiar referencias de festivales electrónicos. Uno de los nombres que siguió con obsesión fue el del filmmaker neerlandés Charly Friedrichs. “Lo seguía, lo stalkeaba, intentaba aprender… Nunca pensé trabajar cerca de su mundo”, dice. Ese mundo terminaría abriéndose.

Publicidad

Una memoria que no se olvida

Un hito crucial llegó en 2015, cuando se enteró, apenas cuatro días antes del cierre, de un concurso internacional que ofrecía becas. “Dije: ‘¿Qué puedo hacer sin actores, permisos ni locaciones?. El amor. ¿Quién no se ha enamorado?’”. Llamó a María Karla Gómez, su amiga actriz, grabaron one off en dos días y editó “faltando horas”.

La música la grabó su hermana, que apenas aprendía guitarra. Ganó el primer lugar entre nueve países. Cuando llegó al final del proceso le dijo a su mamá: “Mamá, ya me anunciaron: gané todo el concurso”. Eso lo llevó a estudiar en la University of Southern California, donde escuchó una enseñanza que lo acompañaría en sus futuros proyectos: “Cuando vamos al cine, la gente no paga un ticket por ver con qué cámara fue grabado; paga por si te hizo reír, te hizo llorar, te dio alguna emoción, y esa es mi esencia”.

Desde entonces, su brújula fue la creación de buenas historias. En Ecuador siguió trabajando hasta que sintió que ya no podía crecer más. “Ecuador tenía un techo tan bajito que ya lo había tocado hace rato”, confiesa. Así tomó la decisión de mudarse a Miami. Llevaba años grabando, viajando y acumulando discos duros llenos de memorias. “Las mejores experiencias que tuve han sido gracias a esta carrera”.

Publicidad

En Miami grabó para artistas como Carín León, Greeicy, Shakira, Luis Fonsi y Sebastián Yatra. Con Yatra trabajó en el videoclip Tacones rojos, protagonizado por Clara Galle. “Él improvisaba melodías, letras…, tantas canciones que nunca salen. Ahí ves cuánto talento hay detrás de lo que la gente no escucha”, dice.

Uno de los momentos que guarda con nitidez ocurrió durante la presentación del álbum Las mujeres ya no lloran. “Shakira dijo: ‘Espero que les guste. Yo voy a esperar afuera porque me da nervios mostrar un nuevo trabajo’”. Para él fue una lección directa de humildad: “Ahí dije: ‘Todos somos humanos realmente’”, admite.

Publicidad

Hace cinco años que forma parte del equipo creativo del Ultra Music Festival en Miami y España. Graba desde el Mainstage, ese escenario que miraba en YouTube cuando era adolescente. “Llevo años formando parte del equipo y estoy literalmente ahí al lado de los artistas”, admite. Pero ese logro llegó con dudas.

“Un día estaba sentado y me pregunté: ‘¿Esto me hace feliz como la gente cree?’”. Repetía una frase que buscaba motivarlo: “Hago lo que hago porque quiero dejar una huella en el mundo”. Hasta que un día, por error, la dijo distinto: “Hago lo que hago porque quiero dejar una huella en mi propia vida”. Ese cambio lo llevó a dejar el alcohol, regular su sueño, cuidar sus amistades y trabajar con más equilibrio, por su bienestar personal.

“No estoy para hacer feliz a nadie, sino porque quiero dejar una huella en mi propia vida”

Kristofh Pozo

Ecuador siempre presente

Su vínculo con Ecuador sigue firme. En mayo grabó el documental Humanamente junto con su novia, Angela Dusso, italiana que viajó al país por primera vez para el matrimonio de la madre de Kristofh. Recorrieron Azuay, Morona Santiago, Pastaza y Pichincha. “Queríamos hablar de crecimiento personal, nutrición, salir de la zona de confort… y lo grabamos desde dos perspectivas: alguien que nació ahí y alguien que nunca lo había visto”, explica orgulloso.

Fue grabado junto con influencers y locales. El proyecto está en etapa de posproducción, aún sin fecha de estreno.

Publicidad

Además, Pozo es socio de la marca de ropa ecuatoriana Hedgehog, administrada actualmente por su hermana Alis González. La empresa nació con mochilas universitarias hechas en Ecuador y creció durante la pandemia. Él creó ahí su mochila para filmmakers, ajustada a sus propias necesidades. También organizó encuentros gratuitos para creadores, como Art Generation: “Queríamos que la gente conecte… Fotógrafos, videógrafos, modelos. De ahí salió incluso una pareja que hoy está casada”, dice entre risas.

Su faceta musical

Siempre ha sido apegado a la música. Desde adolescente le llamó la atención y ha turisteado con sus sets en Ecuador, bajo el nombre de Koira. Sin embargo, ahora tiene vigente EKLIPSE, dúo de electrónica que integra junto con Javi Camp, conocido como Morke. Viven juntos en Miami, producen su música y presentan un show audiovisual que Pozo construye desde cero. “Tenemos un universo, un vestuario, una historia… No es solo música”, dice.

Han sonado en escenarios de gran escala, entre ellos Tomorrowland Bélgica y Afterlife Barcelona. Estuvieron en el festival internacional Sound Vault en Finlandia. Tienen más de 20 canciones al aire y se preparan para presentaciones para Europa en 2026. A sus 32 años, Kristofh busca moverse, aprender y construir algo que le pertenezca: “No estoy para hacer feliz a nadie, sino porque quiero dejar una huella en mi propia vida”, finaliza. (E)