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En vísperas de su reapertura, el primer fin de semana de agosto, Atacames está en silencio. La cuarentena convirtió a las discotecas y a las tradicionales covachas en nada más que cemento y madera. El malecón ya no es multitud, sino una calle vacía. A la bulla ahora se impone el sonido de las olas y el sol del verano ilumina y quema a unos pocos que se preparan para recibir a los turistas.
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