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Enrique no la llamaba y María Teresa se desesperaba. Aturdida, marcó su número cientos de veces sin obtener respuesta y cada uno de sus intentos quedó registrado en el casete de un contestador automático. Años más tarde, Santiago Barrios adquirió el contestador en un mercado de pulgas en Argentina, sin saber que el casete con los mensajes de María Teresa se hallaba en su interior.
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