Ni la lluvia detiene el galope de los caballos sobre la pista del Miguel Salem Dibo (km 10,5). Cada domingo, a pesar del invierno, en este hipódromo los gritos, la euforia y los festejos se encienden cada media hora, cuando arranca una carrera.
Los aficionados: niños, hombres, mujeres y ancianos, se congregan desde las 14:00 para gritar el nombre del caballo al que le apostaron: Ponte Bonito, Matanga, Borrachoso, los nombres son tan variados como graciosos. Viva conversó con cuatro personajes que forman parte del mundo de la hípica.
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En el micrófono
“A mí me encantaba narrar carreras de caballos desde muy chiquito, lo hacía imaginariamente desde los 5 años. Yo leía EL UNIVERSO, la programación salía todos los martes, llegaba de la escuela y la narraba”, cuenta Mario Fabricio Paredes, locutor de carreras de caballos. A este ambiente llegó por su padre, Carlos Augusto Paredes, quien es hípico.
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Recuerda que comenzó un 5 de abril de 1987. Ya tiene 25 años sentado en el balcón del edificio de socios del hipódromo, con dos micrófonos en mano y un binocular. Con este último identifica a los caballos. “Dart Veider va adelante con tres polos de ventaja, en el segundo lugar Marconi, en el tercero Matanga. Van los últimos 150, Dart Veider sigue en punta... y llegan”, relata con emoción.
El puesto lo obtuvo luego de participar en un concurso de narradores que organizó el hipódromo junto a un programa llamado ‘Cita con la Hípica’, dirigido por Jimmy Jairala. Incluso, fue él quien le enseñó a Fabricio a locutar una carrera.
“Cuando comencé a trabajar con Jimmy, él me ayudó con tips como la pronunciación, y esto es la clave aquí. También tener una buena visión de lo que ocurre en la carrera. Tratar de narrar al aficionado la imagen clara”, explica él.
Fabricio llega cada domingo al hipódromo a las 14:00, narra un máximo de siete carreras, aunque a veces lo acompaña otro locutor, Lino Ortega, y se turnan. Antes de cada carrera, él hace una pasada a los caballos para reconocerlos.
“En la carrera lo que más se trata de identificar es la ubicación del caballo, y al público le interesa el favorito, en qué posición va”, comenta.
Un pecado en este oficio es equivocarse con el ganador. Recuerda que esto le ocurrió una sola vez, hace doce años. “Me ocurrió en una carrera Triple Corona, corrían dos caballos iguales y yo por confiado no hice la pasada”, dice.
El dueño
Joan Manuel Susa es propietario de tres caballos, pero solo porque los compró, los verdaderos dueños son sus dos hijos, Gianna, de 4 años, y Giancarlo, de 2.
Él cuenta que de pequeño, a los 11 años, iba al hipódromo con su tío, pero luego dejó de asistir. Cuando nació su hija decidió volver. “Como vivimos a la vuelta, la traje y el administrador del hipódromo nos vio y la subió a un caballo. Tuvo miedo un rato, pero luego empezó a darle beso y acariciarlo”, refiere.
Hace dos años Joan Manuel volvió al hipódromo. Ahora asiste cada domingo junto a toda su familia. Sentados en el área de socios observan a sus caballos competir, luego de esto se dirigen a la pesebrera para llevarles zanahorias a sus equinos.
El primero que compró se llama Freeway. Este es de su hija, por eso lleva los colores fucsia y blanco. Joan Manuel cuenta que con el caballo su hija aprendió a hablar más rápido, “fue una terapia. Es el consentido de la familia. Estaba desahuciado cuando lo compramos, y con mucho cariño empezamos a alimentarlo y ver sus necesidades”, comenta. Le costó $ 2.600, y con este ha ganado seis carreras.
El segundo se llama Doctor Misterio, es de su hijo, lleva los colores celeste y blanco, le costó $ 3.000. “A este lo habían maltratado tanto en su niñez, que no quería saber nada de nadie. Me costó más tiempo mantenerlo”, dice. El último es una yegua, pareja de Freeway.
Sobre los nombres que llevan cada uno, expresa Joan Manuel, ya vinieron con estos cuando los compró y no se los puede cambiar.
Él asegura que por el momento tiene el lujo de gastar y no ganar por sus caballos, pues lo hace por sus hijos. Mensual gasta desde $ 250, esto solo para el preparador.
Tiene unos 50 ‘hijos’
Antes de que el locutor anuncie la carrera, Armando Roncancio entra y sale de la caballeriza. Habla con los jinetes, se acerca a los caballos, les acomoda la silla, como un padre prepara a su hijo antes de un evento importante.
Con su acento de bogotano, Armando, uno de los preparadores de caballos del hipódromo, cuenta que ha pasado 33 de sus 46 años en el mundo de la hípica, pues varios miembros de su familia eran preparadores de caballos de carrera.
Al principio, recuerda, cuidaba caballos y a los 18 comenzó a entrenarlos. Decir que vive en el hipódromo es prueba de lo involucrado que está con la hípica. La forma en que se expresa de ellos, denota su cariño por esta especie. “Son muy queridos, se aprende a conocerlos y a tratarlos como si fueran hijos de uno. El purasangre de carreras es un animal muy inteligente, solo le falta hablar”, asegura.
Armando llegó a Ecuador en 1987 y comenzó a trabajar en el hipódromo como capataz de corral. Ocho años después, Santiago Salem “me dio la oportunidad de ser entrenador de sus caballos”, cuenta este hombre que está a cargo de unos 50 caballos.
Su día comienza a las 05:30 y desde esa hora Armando está pendiente de los caballos. Para ser preparador, dice , no se necesita demasiada ciencia. “Se los debe tratar con mucho amor, ver cómo están, cómo se sienten. Necesitan un buen trato, una buena comida y estar bien cuidados para que cuando vayan a la pista entreguen lo mejor de sí”, afirma.
A su labor, Armando la compara con la del entrenador de fútbol. “Así como se entrena a los futbolistas para que rindan los 90 minutos del partido, así se trabaja para que los animales adquieran físico para responder en la pista”, explica.
Lo más duro, dice, es cuando un equino muere. Con tristeza recuerda la muerte de una yegua, Speedy Koala, hace quince años. “ Me dolió mucho cuando se me murió de un cólico, estuvo 48 horas así y murió. Era una linda yegua, había corrido dos carreras estaba invicta”, rememora.
El jinete estrella
Como muchos de los aficionados por la hípica, este joven de 27 años heredó el gusto de su padre.
Se trata de Joffre Mora, uno de los jinetes más destacados del hipódromo, que debutó en la pista a los 15 años.
Los primeros recuerdos que tiene en su mente están relacionados con la hípica, pues su padre, Alberto Mora, también era jinete y Joffre frecuentaba el lugar para ver correr a su papá. Ahora que Joffre es jinete profesional, cambiaron los papeles. “Él está todos los domingos aquí conmigo, viene a verme, siempre está apoyándome”, dice y asegura que “todo lo que sé lo he aprendido de mi papá”.
Cada domingo Joffre monta en unas cuatro carreras. Casi siempre gana en tres o dos y a veces todas. El pasado 29 de abril, por ejemplo, ganó las cuatro carreras en las que participó, incluida la carrera más importante, El Clásico de 1.300 metros.
Por su desempeño fue seleccionado para representar al Ecuador en el Campeonato Internacional de Jinetes Robalca que se realizará en Perú en marzo. Aunque está contento por esta oportunidad, este joven deportista asegura que para él todas las carreras son importantes. “He ganado varias carreras como el Clásico Fundación de Guayaquil, Clásico Selecto, pero todas son del mismo nivel, lo importante para mí es correr”, afirma y reitera que lo que más disfruta es sentir la adrenalina, “si yo pudiera estar toda la tarde (compitiendo) estaría ahí”, dice.
Su afición le da alegrías cada domingo, pero también exige sacrificios, pues para mantener su peso ideal (52 a 55 kilos) “como fruta, un caldo no más” . Tiene cuatro hijos a los que piensa inculcar el mismo amor por la hípica que le infundió su padre.
DATOS
De 14:00 a 17:00 se realizan siete carreras. Se puede apostar desde $ 1.
En las carreras (cada media hora) compiten de cinco a ocho caballos.
El 20 de enero se corrió El Clásico Barcelona Sporting Club, Joffre Mora lo ganó con la yegua Shamui.
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Años de historia tiene el hipódromo Miguel Salem. Fue inaugurado el 11 de octubre de 1980.