Antes de ingresar al hogar de Olguita Garzón, de 65 años, a los niños y visitantes que tocan su puerta los recibe el Divino Niño en su urna de madera y cristal, aquella que construyó su fallecido esposo, Guillermo Villavicencio, a quien recuerda con mucha nostalgia, admiración y tristeza.
Con él compartió más de 30 años de matrimonio y durante todo ese tiempo fue su principal apoyo en la organización de las posadas o novenas navideñas, que desde hace 35 años y hasta el día de hoy dirige desde su hogar, en la octava etapa de la Alborada.
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Hace un año Olguita se jubiló como ayudante de tesorería de la Asociación de Fútbol del Guayas, por lo que ahora dedica su tiempo a viajar cuando puede, compartir tiempo con sus hermanas, sobrinos y amigas, ir a misa los domingos y organizar cada detalle de este ritual católico en el que se rememora los meses previos al nacimiento de Jesús y su llegada al pesebre de Belén.
En el lugar donde recibe a los pequeños predomina el tono naranja en cortinas, manteles y cobertores; se exhiben además numerosos artículos y piezas decorativas religiosas como ángeles y santos, niños cantores, la Virgen María, José y Jesús, estampitas del Divino Niño –de quien es devota– y fotos de sus años más felices, aquellos que vivió cuando su esposo le acompañaba sus días.
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Cuando Olguita era niña, una señora de su barrio la invitaba junto a sus cinco hermanas a participar en las posadas que organizaba. Fue ese el primer acercamiento que tuvo con lo que se ha convertido en el pasatiempo de su vida. Recuerda que cuando se casó retomó la actividad. “En una fiesta de Navidad me regalaron un Niño Dios, que todavía lo tengo, y le dije a Guillermo que quería que me llevara a la iglesia para que el padre me explicara cómo se hacía la novena, y el cura me enseñó todo y hasta ahora sigo”.
En sus inicios, Olguita, que gusta de ir a la peluquería para peinar su cabello castaño claro y pintar sus uñas de acuerdo a las tendencias actuales de colores y diseños, preparaba a los niños en La Atarazana y cuando se mudó a la Alborada siguió con la tradición de la novena a su manera, siempre de la mano de su cónyuge. “A él le encantaba que los chicos vinieran, pero como era profesor universitario y no podía quedarse me dejaba listo lo que tenía que brindar a los chicos”.
Un alma maternal
Doña Olguita nunca tuvo hijos. Aunque siempre quiso ser mamá su salud no se lo permitió, pero ese instinto y cariño materno innato en su personalidad lo ha transmitido a cada niño que ha preparado con el transcurso del tiempo. Muchos de ellos ahora son adultos e incluso padres de familia, ya que al llegar a los 14 años los niños cantores deben abandonar el grupo, esa es la única regla.
Actualmente, Albo-Ángeles lo conforman 21 niños y niñas de entre 5 y 13 años, que acuden a ensayar cada viernes y sábado a partir de julio para presentarse durante nueve días, en nueve casas distintas (a la fecha ya tiene siete pedidos de presentaciones confirmadas) desde el 8 de diciembre, pese a que la costumbre es que empiecen el día 16.
Y no solo la fecha es la que cambia en la novena de Olguita. Ella les enseña a orar, bailar con ritmo –algo que personalmente disfruta mucho–, cantar villancicos bailables con maracas y a personificar el nacimiento de Jesús de Nazareth.
Es muy detallista, exigente y estricta; le gusta que las cosas se hagan a su manera y no duda en reconocerlo. Sin su esfuerzo, dedicación y perfeccionismo las posadas de Albo-Ángeles no serían tan esperadas ni conocidas como lo son.
Olguita siente pasión por lo que hace sin esperar nada a cambio. Los padres solo deben costear la mano de obra del vestuario, porque para integrar esta peculiar novena solo hay que aprender lo que con amor y voluntad les imparte Olguita, una mujer alegre y graciosa que se gana el cariño de quienes tienen el agrado de conocerla y más aún de los niños que prepara, ya que según cuenta, son ellos quienes llegan a tocar su puerta en busca de un puesto en las posadas.
De ahí que Olguita planea seguir con la organización de las posadas hasta que la vida se lo permita porque son ellos, los niños, quienes la mantienen viva, le sacan sonrisas y la ayudan a mantener vivo el recuerdo de su querido Guillermo.
Dicen de ella
“Ella ha sido como una segunda mamá. Aquí había disciplina pero también nos podíamos divertir”.
Gustavo Palacios
Exmiembro deAlbo-Ángeles y vecino de Olguita