Durante el siglo pasado, fue costumbre en Guayaquil que a la salida de las ceremonias religiosas del bautismo, en las fueras de las iglesias donde se celebraba este rito católico, se aglomeraba un grupo de niños y jóvenes para recibir el capillo por parte del padrino del infante que recibía ese sacramento.
Era tradicional observar esta novedad en las puertas de templos emblemáticos de la ciudad de esa época, como Santo Domingo, La Merced, San Agustín, San Francisco, La Victoria, El Sagrario, San Alejo, San José, Sagrado Corazón de Jesús y María Auxiliadora.
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Los niños y jóvenes al saber concluida la ceremonia y ver salir al cortejo, buscaban al padrino y le pedían el capillo. El aludido que ya sabía lo que le esperaba por este compromiso, introducía su mano en los bolsillos de su traje, sacaba un puñado de monedas y las lanzaba para que los infantes e incluso jovencitos las recogieran.
Pero se daba el caso de que algún olvidadizo padrino, no cumplía con este gesto de generosidad y los peticionarios que esperaban su capillo se desilucionaban y comentaban en voz baja “este padrino bolsillo de candado”, frase que se popularizó para referirse además a los padrinos que no entregaban obsequios a sus ahijados durante las navidades o para sus cumpleaños.
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En aquello tiempos, padrinos y madrinas igualmente entregaban a los invitados a la ceremonia y fiesta, unas artísticas tarjetas de recuerdo del bautizo, en las que iba pegada una reluciente moneda.
José Gorotiza Véliz, educador jubilado y periodista.
Que naciste en la Culata, que naciste mirando al río, y buscando el manglar el Salao se te ha metío.
Niña, del manglar y el río, del Guayas al Salado brincas.
Patricia Vélez Sierra,
guayaquileña.