Las casas de madera con tejas, balcones alargados en los que se colgaban hamacas, ventanas que se levantaban con una varilla y el tranvía que recorría las principales calles del centro de Guayaquil son parte del recuerdo de José Vera, quien a sus 92 años rememora estas vivencias y se niega a abandonar el sitio desde donde se extendió la ciudad entre el río y el estero.

Él fue testigo del cambio vertiginoso del centro de la ciudad durante las últimas ocho décadas. Con su mirada fija en la avenida 9 de Octubre, constata cómo las antiguas edificaciones fueron reemplazadas por altos edificios flanqueados por veredas que soportan ahora el ir y venir de miles de personas.

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“En mis tiempos esta calle era más amplia y estaba adornada por el estilo antiguo de las casas que eran de hasta tres pisos. Los carruajes engalanaban el sector. El río Guayas nos refrescaba siempre con su brisa”, manifiesta mientras abre sus ojos al máximo y en su rostro expresa algarabía.

Su lucidez se mantiene intacta. Este manabita nacido en 1918 y oriundo del cantón Rocafuerte indica que arribó a la ciudad por primera vez en 1928, cuando unos tíos llegaron con el propósito de comprar ganado en la parroquia Progreso.

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Lo que le impactó desde un inicio fue la gran cantidad de muelles que yacían en el malecón Simón Bolívar.

Mientras apuntaba con su dedo hacia el Hemiciclo de la Rotonda del Malecón, señalaba que el centro desde ese entonces ya era un motor comercial que a diario movía “cientos de sucres por el comercio de cacao, arroz y otros productos”, algo que se mantiene.

Vera, quien habita en un departamento ubicado en 9 de Octubre y García Avilés, comenta que su madre se enamoró de Guayaquil, por lo que se radicó en Boyacá y Sucre, lugar en el que vivió con ella y su hermana por más de diez años.

La esposa de José, Bella Khoory Bier, de 89 años, quien por enfermedad permanece casi siempre recostada en su cama, afirma con orgullo haber nacido en el centro de la ciudad, de donde dice “nunca me iré”.

Ella recuerda que hace 79 años, el parque Centenario estaba sin cerramiento y era poco visitado. “Para muchos ciudadanos este parque estaba lejísimos, después de allí solo había monte y sabanas. Los chivitos lo frecuentaban”, asevera.

Ambos coinciden en que desde esos tiempos, el centro de la ciudad ha recibido a miles de visitantes, pero pocos se han quedado para disfrutar “de la belleza que ofrece esta emblemática zona”.

Con el pasar de los años, la infraestructura de esta parte de la urbe evolucionó y su población aumentó significativamente.

Para Alexandra García, quien nació en 1960, el centro de Guayaquil es “como una mujer coqueta que siempre se arregla para conquistar a sus habitantes”. Mientras caminaba por la avenida Simón Bolívar para tomar el bus que la dirigiría a su trabajo, señaló que no le interesa mudarse a las nuevas ciudadelas porque lo tiene todo cerca, las 24 horas del día.

“Muchos buscan alejarse del ruido, yo prefiero quedarme aquí porque tengo ventajas de transportación y servicios”, afirma esta mujer, quien creció en la esquina de 9 de Octubre y Boyacá y ahora habita en la intersección de Luque y Pichincha, a tan solo una cuadra del malecón Simón Bolívar.

Alexandra cree que muchos abandonaron el centro para no vivir en las alturas, pero a ella eso le apasiona. Dice que desde lo alto se observa la ciudad con una perspectiva distinta. “En este lugar hay mucho que ver, porque es una ciudad que nunca duerme, ya que siempre hay algo que hacer”, refiere.

Otros aun viven en el centro por tradición familiar. Ese es el caso de los hermanos Manuel y Fabio Berrezueta, quienes heredaron una casa que data de 1920 situada en Escobedo y Aguirre, donde crecieron. “Entrar aquí es como retroceder en el tiempo”, dice Manuel.

Los habitantes de este sector coinciden en que el centro ofrece ventajas. Deleitarse con las iguanas y los peces que viven en el parque Seminario, subir las escalinatas del cerro Santa Ana y vivir cerca de la denominada Zona Rosa a lo largo de la avenida Pedro Carbo y sus intersecciones son parte de ellas.

Estas atracciones también son un imán para nuevos pobladores. Entre ellos se incluyen los inmigrantes locales y extranjeros; destacan indígenas de la Sierra y chinos, respectivamente.

Carolina Albancando llegó a Guayaquil hace siete años procedente de Cotacachi, en Imbabura. Ella vende artesanías en la plaza Rocafuerte y vive en un departamento que alquila, en Vélez y Chimborazo. Su indumentaria indígena resalta en medio del bullicio y la muchedumbre. Destaca: “Del centro no me voy porque este sector me dio la oportunidad de crecer con mi negocio”.