Las caras y sellos se quedan en la memoria de Évelyn
“¡oh! este tengo, este no y ese es un sucre”. Siempre le habían encantado las monedas, a veces veía los sucres que tenía su padre y le daba nostalgia del tiempo en que podía comprarse todo lo que quería en el bar de su escuela con tan solo 5.000 sucres.