“si no hubiera sido estilista sería veterinaria en la actualidad”, dice. Sin embargo, luego de pensarlo bien, entre risas afirma que no hay mejor profesión que la que eligió para su vida y de la cual disfruta al máximo.

Acompañada de seis gatos persas, un perro producto de unas razas que no recuerda el nombre y el zig zag de sus tijeras, mantiene un centro de peluquería en Urdesa, Costanera y avenida Las Monjas, desde hace ocho años.

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Cuando era pequeña, de unos 9 años, Erika Eggeling entraba a las peluquerías que se encontraba por donde andaba para ver cómo era esto del oficio de cortar el cabello, “no hubo una muñeca que tenga cabello”, dice Érika, pues a todas les practicaba un estilo diferente, que veía en la televisión o simplemente salía de su imaginación.

Nacida en Guayaquil en 1965, tiene el don del corte en las manos y el carisma plasmado en el rostro. Estudió en el colegio Americano, para la universidad no hubo una inspiración clara, por lo que no siguió ninguna carrera.

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En el 2000, Érika viajó a Texas, Estados Unidos, para realizar cursos de estilismo profesional, de la marca con la que trabaja, Chi.

Estos cursos le ayudaron en tinturas, cortes y otras técnicas referentes al cuidado capilar, “dos veces por año voy a Estados Unidos para aprender un poco más”, comenta esta mujer que ahora tiene el cabello color zanahoria, semanas atrás rubio, siempre camaleónico.

Mechones rubios y el resto negro o castaño, su cabello es un constante misterio para sus clientas, “depende del estado de ánimo que esté, mi cabello es como la carta de presentación”, refiere.

Durante 14 años trabajó en el Policentro, en la peluquería Vivet, y luego, con la experiencia adquirida se independendizó.

Érika es divorciada y su hija, Adriana Guerrero, heredó el don, “ella mismo hace sus diseños para cortarse el cabello, pero por ahora estudia fotografía”, comenta.

Sentada y esperando que la atiendan estaba Josefina Carrión, quien viene desde Samborondón para que la atiendan.

“No hay mejores manos para mi cabello que las de Érika y eso que he tratado de buscar algo más cerca de mi casa, pero siempre termino regresando aquí”, confiesa.

Estar en su local es como estar en el hogar. Se siente la buena energía. Amor en cada corte, un abrazo de despedida. “Me he ganado todo ese cariño, porque trato que se sientan como en casa y que cuando se vayan su cabello hable por ellas mismas”.

Le encanta tocar cabellos, lacios, crespos, cortos, largos; tinturarlos y poder experimentar con sus clientas, quienes le confían sus mechones con confianza, algo que cree haberse ganado con sus más de 20 años de trayectoria.

Hace algún tiempo Érika cortaba a personas de la pantalla chica, como la presentadora de Ecuavisa Tania Tinoco, Paloma Fuiza, María Teresa Guerrero, Frank Bonilla, entre otros, pero ahora un poco más reservada dedica mayor parte de su tiempo a las personas con las que se inició profesionalmente.

Érika sin tijeras
Sin su peine y sus tijeras profesionales, Érika se siente en el aire, como nada, aunque su carácter fuerte la hace salir de cualquier aprieto. “Hasta con tijeras de pollo corto el cabello, solo basta que mis clientas se dejen”, recalca, y recibe la aprobación de las tres mujeres que esperan su turno en el salón, con un marcado movimiento de cabeza.

Esta mujer que dedica el 80% a su trabajo y el 20% al cine, la farra, su familia y la anhelada playa, que es su refugio cuando está cansada del trajín diario, tiene claro que dejará de cortar el cabello solo cuando tenga 90 o 100 años.

“Aunque pienso que si llego a esa edad, pues estaré dando clases o como asesora, pero no quiero dejar de cortar el cabello nunca”, menciona con convicción Érika.

Es temerosa y esquiva a las gráficas, la estilista siempre piensa que las mujeres deben estar bien vestidas y arregladas en cualquier ocasión porque como dice ella: “Uno nunca sabe cuándo le sacarán fotos”, bromea con sus cuatro compañeras de trabajo.

Ya son más del mediodía y ya ha atendido a doce clientas, está cansada, por lo que recibe un masaje de la experta del centro estético. “Me siento agotada, pero amo y disfruto de mi trabajo todos los días, aún falta la tarde para que Érika termine de hacer cambios extremos o simples cortes a sus clientas.

Rodeada de gente todo el tiempo, comparte su trabajo con amigas que hizo hace más de 20 años, llegan durante el día de 10 a 12 personas, cobra de $ 25 a $ 45 por corte y desde $ 60 por tinturados. “Eso sí, mi trabajo es impecable”, asegura.

Planea viajar en agosto próximo a Cancún (Caribe) para un nuevo curso de estilismo. “Mis amigos insisten que ya vaya, porque como asisto a todos los cursos, tengo bastantes amigos”, dice sonriente.

Dicen de ella
“Tenemos más de 20 años de amigas, compartimos trabajo, sueños y ambiciones, en cada cosa Érika ha estado conmigo”.
Antonia Guevara, amiga