Leonor Pesantes sonríe al hablar de quien desde hoy es el beato Juan Pablo II, a quien conoció a su paso por la parroquia Nuestra Señora de la Alborada, en 1985. Era una adolescente, recuerda, pero desde ya lo admiraba como un gran ser humano y como papa.

Hoy, elevado a la dignidad de beato, Leonor está segura de que el sucesor 264 de San Pedro “va a interceder más por nosotros a través de las oraciones”.

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Leonor es catequista de la iglesia Nuestra Señora de la Alborada y en su misión busca enseñar esa entrega hacia Dios, ayudando a desamparados, pobres y jóvenes. “Ojalá que haya muchos nuevos devotos porque Dios quiere la unidad de todos los seres humanos”, comenta esta devota del beato.

En la capilla de oración de la parroquia Jesús el buen pastor de Las Orquídeas, en el norte, desde hace 5 meses se elevan oraciones por Juan Pablo II.

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“Pedimos que interceda por la paz del Ecuador”, dice Viviana Ponce, coordinadora de la catequesis de esta parroquia.

Sencillez, trabajo y amor a los demás son las cualidades que Viviana destaca de Juan Pablo II, al que considera un auténtico representante de Cristo.

Para Josefina Castillo, miembro del grupo bíblico de Nuestra Señora de la Alborada, el papa fue un santo. Ella destaca los cinco nuevos misterios, llamados Luminosos (la vida pública de Jesucristo), que incluyó en la carta apostólica El Rosario de la Virgen María (octubre 16 del 2002). “Él (Dios) es la luz del mundo (Jn 8,12)”, dice el pontífice en su carta al llamarlos de manera especial misterios de luz. “Queridos hermanos y hermanas: una oración tan fácil, y al mismo tiempo tan rica, merece de veras ser recuperada por la comunidad cristiana”, se lee al final de esta carta apostólica al inicio de su vigésimo quinto año de apostolado.

El rosario era, precisamente, el obsequio especial que daba el pontífice durante sus visitas oficiales. Lo recibió el padre Vinicio Urdiales, vicerrector del seminario mayor de Guayaquil, cuando participó como monaguillo durante la beatificación de Narcisa de Jesús, en San Pedro, en Roma (25 de octubre de 1992). “Al final de la misa, me dio la mano, la bendición y un recuerdo (rosario)”, rememora Urdiales al añadir que el papa reflejaba sencillez y también santidad. Esta era la segunda oportunidad que lo veía, pero ahora de cerca. La primera, fue en Samanes (1985), donde beatificó a Mercedes de Jesús. Era un estudiante de ingeniería en geología y minas. “Lo vi de lejos, pero me sentí impactado”.

Considera que el beato tuvo tres pasiones: Cristo, el amor, al ser humano y la iglesia. La enseñanza, en lo personal, que “uno como sacerdote debe buscar ser un sacerdote santo”.

A monseñor Luis Arias, de la parroquia San Pablo apóstol en La Saiba, en el sur, su encuentro con el pontífice cuando se hospedó en la casa arzobispal, le permitió sentir un gozo espiritual. “Pedro viene a visitarnos”, recuerda Arias que exclamó a su llegada. Para él Juan Pablo II no era el Papa Viajero, sino un visitador apostólico. “Reafirmó mi fe como cristiano y mi vocación sacerdotal como presbístero, tuve más gusto de servir y de sufrir, porque si no se sufre no se gana el cielo”.

Alberto Solórzano, rector de la unidad educativa cardenal Bernardino Echeverría, considera como extraordinaria el haber atendido a un siervo de Dios durante su estadía en 1985 en la casa arzobispal en Guayaquil. “He tenido dos encuentros con su santidad (la segunda en 1997) y he sentido veneración y admiración como millones de personas”, afirma el educador.

“Era un santo en persona”, dice Manuel Argudo, quien acolitó (ayudó) durante la misa papal en Samanes. Un privilegio que se ganó al ser diácono de la parroquia Santísima Virgen Salud de los enfermos. Hoy, ya retirado y con su salud quebrantada, recuerda aún con alegría esa experiencia única. Una felicidad que comparte con sus hijos, entre ellos Ana, María y Vicente. Los tres se sienten orgullosos por su padre que estuvo junto a un santo.

La beatificación de Juan Pablo II provoca también alegría en Vicente López, párroco del santuario del Divino Niño, en Durán. Tenía 35 años cuando formó parte de la calle de honor en la entrada de la iglesia Nuestra Señora de Czestochowa, creada también en su honor (es polaca) y vio pasar de cerca al hoy beato. Era laico y aún no había descubierto su vocación. Dos años después, a sus 37 años, una edad -añade- poco inusual ingresó al seminario. Su segundo encuentro fue como seminarista al ayudar en la misa de Mercedes de Jesús. “Fue una emoción indescriptible”, dice.

Su legado, destaca, el amor a Dios que se traduce en esa oración constante por su pueblo y también en esa labor pastoral. “Unos podrán decir que gastó mucho dinero (en viajes) o era para que la gente lo admire, pero lo que quería transmitir era el evangelio de Cristo”.

El papa sí intercede
“En diciembre pasado me propuse armar 200 canastas de Navidad para llevar a los habitantes de Naranjo Dulce, Yaguachi, pero mientras se acercaba el día de la entrega veía muy difícil conseguir el dinero. Tenía repartidas unas veinte alcancías en mi colegio, pero me preguntaba si la colaboración de mis compañeros, que era de cinco centavos en cinco centavos iba a ser suficiente. Le pedí a Juan Pablo II que interceda por mí ante Dios, le recé mucho y faltando cuatro días para la entrega de las canastas se reunió el dinero”.
Óscar Henk, 17 años.

Juan Pablo ya es santo
“A mí no me queda duda de que Juan Pablo es un santo, un santo de nuestro tiempo que con acciones sencillas demuestra ser una representación de Dios en la tierra. Él no necesitó milagros sorprendentes, tener la capacidad de ver a Cristo en cada ser humano es ya milagro.

Dicen que los santos dejan un aroma especial, aunque no lo pude ver en persona, ahora yo puedo sentir el olor a santidad. Cada vez que veo un video del papa me pregunto: ¿qué viste Juan Pablo que te hace tan feliz?, yo quiero imitarlo.
Karla Lozano, 18 años.

El papa es un ejemplo
“He estudiado en escuela y colegio católico, y pertenezco a un grupo cristiano desde los 13 años. Conozco la biografía del papa y creo que él es un ejemplo incluso antes de ser religioso. Una de las frases del papa que siempre me ha impresionado es “Soy feliz, sedlo también ustedes”, y eso es indudable, el rostro de Juan Pablo II siempre tenía una luz especial. Él siempre irradiaba paz y felicidad.

El papa no está ahora aquí, pero sigue respondiendo a sus fieles y haciendo que cada vez más personas se congreguen alrededor de Cristo. Él ya es un santo.
Jenifer Méndez, 18 años.