No paraban de sonreír. Algunas retocaban su maquillaje en espejos de mano que tenían sus familiares. Muchas aprovecharon los minutos antes y después de la ceremonia para fotografiarse y abrazar a sus amigas, maestros y padres. Y otras, tras santiguarse, esperaban ansiosas la colocación del birrete para sentirse por fin bachilleres.