Rememoramos hoy el fatídico episodio de enero de 1912 cuando en Quito se consumó el crimen contra la vida del general Eloy Alfaro, líder liberal y ex mandatario de la nación, junto con su hermano Medardo, su sobrino Flavio, el periodista Luciano Coral y los militares Manuel Serrano Renda y Ulpiano Páez.

Entre los muchos antecedentes que aceleraron la consumación del martirologio tienen mención obligada la ambición y deslealtad de varios jefes liberales y la actitud abierta y soterrada de fuerzas políticas y económicas contrarias a los afanes transformadores alfaristas, que maquinaron incluso a la población para alcanzar sus oscuros propósitos.

Es conocido que desde el derrocamiento del Viejo Luchador en agosto de 1911, la división del liberalismo se agudizó y tal situación la aprovecharon terceros para captar posiciones. Por la muerte del presidente Emilio Estrada, en diciembre de 1911, a pocos meses de ejercer su mandato, asumió como encargado del poder Carlos Freile Zaldumbide, respaldado por los generales Leonidas Plaza y Julio Andrade, pero no por Pedro J. Montero, que pidió el regreso de Eloy Alfaro, quien llegó el 4 de enero y puso empeño en una tarea pacificadora que le resultó infructuosa.

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Los feroces combates entre las fuerzas del gobierno interino y las de los liberales simpatizantes con el héroe manabita no cesaban. En Huigra, Naranjito y Yaguachi los leales a don Eloy sufrieron mayor descalabro. La guerra civil cesó por la suscripción del Tratado de Durán (22 de enero de 1912), donde concedían garantías a los dirigentes rebeldes hechos prisioneros. Lamentablemente, todas las promesas resultaron falsas. Pedro J. Montero murió asesinado el 25 de enero en Guayaquil.

El grupo que encabezaba Eloy Alfaro salió por tren a Quito en la madrugada del 26. Cerca del mediodía del domingo 28, tras un tenso viaje, la máquina entró en la ciudad. Los prisioneros fueron llevados al Panóptico, en medio de actitudes hostiles y sospechosas del populacho, que bajo el comportamiento cómplice de las autoridades con los guardias de turno y sin dar tiempo a algún leal auxilio asaltó los calabozos. Así, la displicente masa asesinó, ofendió cadáveres y los arrastró por las calles quiteñas hasta llegar al parque El Ejido, donde les prendió fuego.

Alfredo Pareja Diezcanseco bautizó la vergonzosa masacre como la ‘hoguera bárbara’.