Juan Carlos Galvis
Todo ocurrió hace nueve años. Juan Carlos Galvis se encontraba en el templo Nuestra Señora de la Alborada, cuando el párroco de ese entonces le dijo: “Tú tienes cara de seminarista”, lo que fue acogido de buen humor aunque no se le pasó por la cabeza que ocho años después ocuparía el cargo de vicario parroquial de la iglesia El Sagrario.

Con 28 años de edad, Galvis se ordenó de sacerdote en noviembre pasado; también es capellán en el hospital del niño Francisco de Ycaza Bustamante.

En su despacho parroquial, el clérigo recordó que cuando estudiaba en el colegio Bernardino Echeverría Ruiz le llamaba la atención “el servicio entregado del capellán de ese entonces, padre Eduardo Brito, la manera cómo se acercaba a nosotros y nos escuchaba”.

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Sin embargo, escogió estudiar Ingeniería en Estadística e Informática en la Espol durante tres años, en los cuales fue incluso ayudante de cátedra.

Pero reconoció que “fue hasta cuando hubo una invitación en mi parroquia (Alborada) para ser catequista”, que empezó a concretarse la idea de acogerse al sacerdocio e ingresó al seminario en el 2001.

La decisión no fue fácil. Vivía con su madre y abuela, y había el temor de que les pudiera suceder algo a ellas y no poder estar ahí para ayudarlas, siendo hijo único.

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Sin embargo, reflexionó: “Cuando Dios toca tu vida no quiere solamente cambiarte a ti sino a toda tu familia”.

Ingresado en el Seminario Mayor, Galvis empezó a conocer a otros jóvenes interesados en la vocación. “Uno pensaría que son excepcionales, súper devotos, pero hay de todo. Jóvenes que han vivido una vida de oración muy profunda, otros que luego de una experiencia fuerte en su vida han descubierto la voz de Dios”. Con ellos compartió durante siete años.

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Al transcurrir ese periodo, los seminaristas son ordenados diáconos, que se diferencian de los sacerdotes porque no pueden consagrar la eucaristía ni confesar. Además llevan a la práctica lo aprendido durante un año, hasta ser consagrados.

Galvis, quien se levanta a las 05:30 y se acuesta a las 23:00, confesó que lo más duro para un sacerdote “es tratar de ser un padre para todos”.

Resaltó que “hay que ser fiel a lo que Jesús está llamando e integrarte por completo” y por eso hace un llamado a todos los fieles para que cumplan sus labores con dedicación. “Hacerlo con paciencia”.

Sobre el celibato dijo que esta “promesa” permite concentrarse en su labor sin mezclar ocupaciones con la familia. “Nuestro modelo sacerdotal es Jesús, que vivió una vida célibe”.

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Su mensaje final es que los laicos se involucren “más en nuestra misión” y sugirió a los jóvenes que quieren ser sacerdotes, “pedir fuerza a Dios a través de la oración y ayuda a un sacerdote o catequista”.

Víctor Maldonado
Fue ordenado sacerdote el 29 de julio de 1953, a los 26 años. De ahí fue enviado a las islas Galápagos, a una especie de conscripción que imponía la comunidad franciscana con el propósito de acostumbrar a los recién ordenados a una vida de esfuerzo y superación. Así lo reseña Víctor Maldonado Barreno, ex obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Guayaquil y durante 13 años vicario episcopal de Santa Elena (1990-2003).

El también párroco de comunidades en distintos puntos del país dirigió entonces la parroquia El Progreso, en Puerto Baquerizo Moreno (isla Isabela).

Dice que creció en una época con marcada devoción religiosa, donde era una obligación asistir a misa. Considera que los padres ahora deben inculcar a los hijos la fe en Dios por convicción.

Maldonado estudió en el Seminario de Guápulo, en Quito, un periodo de preparación para el sacerdocio que implicaba un encierro total. “Pasábamos en oración, estudiando, sin distracciones, en completo regocijo con Dios. No salíamos de vacaciones como ahora”, dice el religioso de 83 años nativo de Azogues (Azuay), quien afirma que así fortaleció su convicción de servicio religioso.

Recuerda que también hubo deserciones de quienes no aceptaron ese régimen. “Algunos se fueron del seminario porque no se sentían para esa vida, no les gustaba, querían más bien tener una familia, estar con su familia”, evoca Maldonado.

Así demuestra que “son muchos los llamados pero pocos los escogidos”. Menciona esa frase para referir que siente dicha por la misión evangelizadora que ha desempeñado durante más de 50 años, donde ha convivido con diferentes culturas en medio de un trato fraterno e impulsando obras como la construcción de templos, escuelas y otros.

Apasionado por la radiodifusión, utiliza este medio en predicar la palabra de Dios desde hace más de 30 años. A las 19:00, en radio San Francisco se lo oye oficiando misas y compartiendo sermones. También recoge sus consejos y memorias en libros.

Monseñor Maldonado, quien a diario celebra eucaristías en la iglesia San Francisco (Pedro Carbo y 9 de Octubre), en varios horarios, lamenta que en esta época haya menos religiosidad.

“Los matrimonios terminan, hay menos fervor religioso en los hogares”, dice y confiesa que siente dolor por los casos de religiosos pederastas. “La mayoría de sacerdotes son buenos, pero como en todas las funciones, hay gente buena y mala”.

Maldonado considera que los católicos deben fortalecer valores de sinceridad, bondad, caridad, piedad con Dios.

En el 2002 cumplió 75 años, el límite de edad para ejercer algún ministerio o episcopado en la Iglesia. Ahí renunció a la Vicaría de Santa Elena y fue reemplazado un año más tarde por el padre Vicente Agila. En la Península, gestionó la construcción de la clínica Cristo Redentor y un asilo para ancianos.