El personaje guayaquileño que hoy evocamos por los 230 años de su natalicio, dejó una obra para la emulación porque estuvo dirigida al robustecimiento de la identidad nacional y el mejoramiento de la vida de sus compatriotas. Fue pues, José Joaquín de Olmedo, prócer, estadista, defensor de la libertad, civilista, autonomista y constructor del país.

Vino al mundo el 19 de marzo de 1780 y alcanzó lucida actuación en las cortes españolas (agosto de 1812), donde pronunció su célebre discurso por la abolición de las mitas. Estuvo entre los primeros gestores de la revolución del 9 de Octubre de 1820 que independizó a su tierra natal y dirigió su acción a la inmediata liberación de la Presidencia de Quito.

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Combatió a quienes conculcaron las libertades públicas. Lideró la Provincia Libre de Guayaquil, su Gobierno y la redacción del Reglamento Provisorio (Constitución). Fue Vicepresidente de la República en 1830, alentó la revolución del 6 de Marzo de 1845.

Como poeta dejó las clásicas composiciones Canto a Bolívar (La Victoria de Junín), Alfabeto para un niño, Canción al Nueve de Octubre, entre otras que dieron fama en las letras continentales. En 1808 se doctoró en jurisprudencia en la Universidad de San Marcos de Lima, pero antes estudió en Quito.

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Se casó en 1817 con Rosa Juliana de Icaza Silva, de cuya unión nacieron Virginia, Rosa Perpetua y José Joaquín.

Próximo a cumplir 67 años, murió el 19 de febrero de 1847, en su tierra natal.