Tema
La vida normal
Entre los habitantes de Nazareth, de todo debió haber: gente más o menos comprensiva, gente amiga de los chismes, gente laboriosa y ordenada, gente loca y gente lista. Y no solo entre los menos allegados a Jesús; también entre sus parientes hubo gente rara: hubo algunos sin cabeza que le tomaron por loco. Sin embargo, lo que cuenta hoy el Evangelio que pasó en la sinagoga de Nazareth no se explica solo por la variedad de caracteres. Al contrario, se explica por la superuniformidad de prepotencia.

Lo dicho por Jesús acerca de su condición mesiánica lo escucharon con aprobación. Cuando oyeron las distintas maravillas que encontraban cumplimiento en Él, se agitaron satisfechos en sus bancas. Se sorprendieron de que, siendo autodidacta, tuviera aquella autoridad cuando enseñaba. Y aunque manifestaron desconcierto porque el hijo de José, a quien durante muchos años contemplaron trabajando en el taller, hablara así de Dios, los oyentes no se rebelaron. Sin embargo, lo que sí les hizo enfurecerse y rechazarle fue su negativa a hacer milagros en el pueblo, consintiendo en que le manejaran sus paisanos.

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Tan rabiosos se pusieron que “levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo”.

Es seguro que el orgullo de los nazarenos fue la causa de esas iras monstruosas. Porque estaban tan seguros y tan convencidos de que el hijo de José tendría que plegar a sus imposiciones, que su independencia les sacó de quicio.

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Pero más allá de esta soberbia colectiva que buscaba signos especiales, se puede vislumbrar en este no ceder de nuestro Salvador, un gran disgusto porque los de Nazareth, ansiosos por lo extraordinario, despreciaban lo normal.

“¿No es este el hijo de José?”, dice Lucas que exclamaron cuando oyeron sus palabras. “¿No es este el hijo del artesano?”, recoge San Mateo en su relato paralelo al de San Lucas. En una y otra forma de expresar la incertidumbre, queda claro que el vivir normal no les resulta asombroso, que más bien lo consideran algo intranscendente.

Jesús llevaba ya en la tierra treinta y pocos años. Unos diez o doce solo viendo como San José y la Virgen trabajaban. Otros diez o doce trabajando y aprendiendo con José. Y otros diez o doce sosteniendo a su familia –a su Madre, siempre Virgen– con un trabajo normal.

¿Cómo les podía permitir a sus paisanos que vivieran engañados considerando que lo extraordinario es lo importante? ¿Cómo les podía conceder unos milagros “a la carta” que, a la postre, anularían el valor de redención de su trabajo? ¿Cómo nos podía permitir a usted y a mí que nos interesara más lo raro que el vivir normal?