La expresión en el rostro de los pacientes cambia según el área de atención que busquen en el hospital Abel Gilbert Pontón (Guayaquil), en el suburbio de la ciudad.

Puede ser de alivio al salir con el resultado de una tomografía gratuita o de impotencia al descubrir que  una ecografía de emergencia para  un diagnóstico no podrá ser realizada hasta después de varios meses.

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En el 2009, a este hospital llegaron cinco aparatos entregados por el Gobierno, y son: una resonancia magnética nuclear, un tomógrafo, un litotriptor (equipo que destruye cálculos renales con ondas de choque), un mamógrafo y un contador hematológico. Sin embargo, la demanda de los cuatro primeros no supera la de los equipos no renovados.

Es así que diariamente se solicitan 176  radiografías, según Johanna Robayo, coordinadora del área de docencia del hospital. Para este propósito solo hay dos  equipos de rayos X, pues el tercero fue desinstalado  para dar espacio al litotriptor.

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La idea de cambiar o aumentar esos instrumentos es lejana para Robayo, pues explica que no hay espacio en el hospital  para instalarlos, y los que funcionan desde hace 20 años aún arrojan buenas imágenes.

El número de pacientes para ecografía no es menor. Según las estadísticas de la institución, se atiende a 150 diarios.

El martes pasado, esa cifra no incluía a Salomón Ribera, oriundo de Santo Domingo, quien llegó a pedir un turno para un eco y después de esperar alrededor de dos horas consiguió una fecha: 16 de abril.  Agachó la cabeza, cerró los  ojos y negó con la cabeza. Su expresión de impotencia solo era opacada por el enojo de su esposa, Jenny Pincay, quien explicaba que los dolores de Ribera eran demasiado intensos para esperar.

Otra de las sorpresas fue la fecha para la atención con el urólogo: 20 de abril. “Igual sin el eco no me puedo hacer atender”, se resignó.

Los registros  indican que los cupos de  ecografía  están copados hasta mediados de abril.

Llegar al quinto piso del hospital proporciona un ambiente más alegre. La oportunidad de operar en quirófanos  con torres laparoscópicas, monitores, reflectores, máquinas de anestesia y bombas que calientan fluidos  emociona a los médicos y enfermeras. “Antes no podíamos darle seguridades al paciente. Hasta las camas estaban oxidadas”, recuerda Robayo.  “Ahora todo es diferente”, agrega orgullosa.

Su sonrisa se disipa un poco, ya que de los seis quirófanos que se remodelaron el año anterior, el martes, a las 12:00, solo tres estaban ocupados.

La razón, explica, es sencilla. No hay camas para colocar a los pacientes operados. En uno de los quirófanos se hacía una ginecomastia, en el otro esperaban para un injerto de piel y, a esa hora, se operó de emergencia una apendicitis. En el posoperatorio no había camas.

Para preparar la sala había que mandar a los más estables  al área de hospitalización y antes de hacerlo verificar  que alguna  cama estuviera vacía.

Robayo lo justifica. Ella explica que la casa de salud mantiene la capacidad de 250 camas desde 1976, cuando se empezaron a hacer cirugías y atendían a unas 200 mil personas. Ahora son cinco veces más.

Los problemas que esto ocasiona abandonan las estadísticas cuando se observa el área de emergencias de la institución.

En una camilla, con suero y un collarete, Juan Monroy, de 19 años, esperaba desde la 01:00 del martes para que lo atendieran. Él llegó junto a su prima,  Johanna Barre, de 20 años, desde Esmeraldas. Su diagnóstico: una bala en el pulmón.

Cerca de las 13:00 de ese día, le dijeron a Barrera que el caso sería transferido al hospital Luis Vernaza, con el que la institución tiene un convenio.

En la cama continua, la solución que se presentó a la familia Barberán Macías fue la misma. Mauricio Barberán, de 20 años, se cayó el lunes pasado y se golpeó la cabeza. Después de una tomografía en una clínica privada fue al hospital con un diagnóstico de sangrado en el cerebro. Hasta pasado el mediodía del martes seguía en una camilla, solo medicado por un suero. Para Beatriz Macías, su esposa, el escuchar que podría ir a otro hospital fue un alivio. Estaban más tranquilos, solo había que esperar un poco más.

Textuales: Contraste
Jenny Pincay
Esposa de paciente
“Hay que ver si mi esposo no se muere antes de que le diagnostiquen bien qué es lo que tiene”.

Johanna Robayo
coordinadora del hospital
“Los pacientes ahora se pueden ahorrar hasta setecientos dólares en exámenes viniendo al hospital”.