Ahora están a la sombra de los árboles del Malecón 2000 y la gente pasa indiferente ante ellos. Pero otrora causaron escándalo. Su hermosísima lascivia y desnudez fue repudiada por beatas y santurrones. Fue arrinconada, vejada y expulsada. La suya es una historia llena de contradicciones y vacíos. Esta es mi versión, levantada a través de conversaciones, entrevistas e investigaciones bibliográficas.

La escandalosa pareja de mármol es El Fauno y la bacante, obra del artista quiteño Luis F. Veloz, la realizó en Roma –donde estudió bellas artes– a través de una disposición  del Municipio de Quito.

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En 1919, la pieza llegó desde Italia a Guayaquil. Pero cuando las autoridades capitalinas  la vieron, se negaron a llevarla a su franciscana ciudad y resolvieron dejarla en nuestro puerto. Eran tiempos de agrias disputas en todo el país entre conservadores y liberales, Iglesia Católica y laicismo...

A estas alturas es necesario saber que Veloz nació en 1884 y murió en 1959. Realizó estudios de Derecho. Fue  un poeta modernista y escultor. En 1908 el Gobierno liberal le concedió una beca en la Academia de Bellas Artes de Roma.

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Posteriormente dirigió la Biblioteca Nacional y la Escuela de Bellas Artes de Quito. También ocupa cargos consulares en Nueva York y Génova, luego, hasta casi el final de su vida, reside con estrecheces en Viña de Mar, Chile.

Mantuvo una gran amistad con el escritor quiteño Isaac J. Barrera, tanto así que sus cartas aparecen en Epistolario a Isaac F. Barrera, publicado en 1981.

El 9 de octubre de 1919 en honor a la Independencia de Guayaquil, en la Plazuela Montalvo –actual parque Juan Montalvo, a escasos metros de la iglesia de San Alejo– fue develizado el monumento y empezó el escándalo.

A criterio del historiador Alejandro Guerra Cáceres, quizás esta sea la primera escultura de vanguardia que llega al país, porque “antes de El Fauno y la bacante solo existían esculturas cívicas, monumentos a héroes y próceres. El artista la hizo como respuesta de su actitud de hombre liberal contra las costumbres conservadoras de Quito y su ambiente religioso lleno de dogmas”.   

Según en el Diccionario enciclopédico de la mitología, de J. C. Escobedo, las bacantes formaban parte del séquito de Baco, el alegre Dios del vino, danzaban a su alrededor al son de tambores y flautas; y el Fauno, Dios de los bosques, se lo representa con el cuerpo peludo, cuernos, pies y patas de macho cabrío. Habitaba en grutas y bosques, dedicándose a la persecución de bellas ninfas y a turbar el sueño de personas.

La revista Caricatura, el 22 de diciembre de 1918, publica una entrevista del escultor Luis F. Veloz, en la que declara que realizó la escultura con intención de “curar de espanto, con un desnudo radiante y voluptuoso de mujer, a la hipocresía y beatería de Quito”.

Dos años más tarde, ya cuando la escultura era motivo de polémicas y escándalos, la misma revista quiteña –10 de noviembre de 1920– publica una jocosa caricatura titulada Nuestros obispos, en referencia a Andrés Machado Pesantes, controversial obispo de Guayaquil desde 1916, y cuya leyenda dice: “Monseñor Machado ha resuelto ponerle un sayal de franciscano al Fauno y una camisita a la bacante”. Y es que para la Diócesis, la cercanía del monumento le era  ofensiva, tanto así que beatas y feligreses la cubrieron con paños negros. Tantas fueron las protestas, que la escultura fue reubicada unos metros más lejos del templo. Pero no era suficiente para algunos.

Ernesto Pérez, un jubilado que siempre ha frecuentado el parque, recuerda que su abuelo lo llevaba al sitio. “A esa estatua todo el que pasaba se la quedaba viendo. Al principio la gente iba en procesión a verla. Se asustaban porque creían que el fauno era el diablo”.

Finalmente, en su lugar colocaron el inmenso Busto de Juan Montalvo, obra de Alfredo Palacio. Felizmente la bellísima y polémica escultura aún es parte del patrimonio cultural de Guayaquil. Actualmente, sin ningún escándalo El Fauno y la bacante están en el sector de Los Jardines –entre las calles Imbabura y Tomás Martínez–, del Malecón.