'Mis nietos me han devuelto la alegría'

Desde hace tres años José Sergio Chóez Marcillo vive nuevas experiencias. Al llegar a casa, luego de cada jornada, no solo lo esperan su esposa, Juana Vera, y su hija Sandy, de 16 años, sino también cuatro niños menores de 9 años, tres de ellos sus nietos con quienes comparte juegos, travesuras y ocurrencias.

Lisbeth, de 9; Josué, de 5; María José, de 2 y Ashly, de ocho meses, dice, le han devuelto la alegría. Este hombre de baja estatura se gana la vida como albañil, un oficio que aprendió hace 30 años y que lo ejercía con su hijo mayor José Manuel, el padre de los menores, asesinado en el 2006.

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Tras este episodio triste, a Chóez le tocó asumir la responsabilidad de criar a sus tres nietos y a una bebé, la última, hija de su ex nuera con otro compromiso.

Él reconoce que es difícil mantener a su familia, porque el trabajo es escaso. "Antes, los tiempos eran mejores", reflexiona Chóez, de 48 años, quien pese a la crisis no se da por vencido. "Hay que seguir adelante, nunca para atrás".

Las 06:00 marcan el inicio de su jornada diaria que a veces termina pasadas las 18:00. "Hago de todo, trabajo en electricidad, carpintería o albañilería", acota Chóez, quien disfruta cada momento con sus nietos.

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Sentado en la sala de su humilde vivienda, en la 49 y Rosendo Avilés, muestra las fotografías de su hijo José Manuel cuando estaba pequeño. "Es igualito", dice al compararlo físicamente con el inquieto Josué, quien desde este año va a la escuela Carlos Estarellas, donde estudió también su hijo.

Su rostro recobra la sonrisa mientras cuenta la rapidez con que Josué aprende las letras; el gusto de María por el arroz con menestra o la risa de Lisbeth.

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Todos los días, cuenta, apenas lo ven llegar a casa se le acercan uno por uno a pedirle "5 centavitos" para comprar una golosina en la tienda del barrio, donde viven unos 15 años.

Los paseos con la familia son los que más les gusta. "Los domingos nadie se queda en casa", comenta Chóez, quien hace 35 años abandonó su natal Jipijapa, en Manabí, y se aventuró solo a vivir en Guayaquil y formar un hogar a los 15 años.

Lisbeth es parte de la segunda generación de esta familia. Ella, entre dientes, suelta tímidamente una palabra acerca de su abuelo al que señala como bueno, pero también "bravo".

Sandy aclara que su padre se enoja cuando los pequeños hacen travesuras y hay que corregirlos. En su mente está el recuerdo de los juegos que compartía con su padre y su hermano cuando era pequeña.

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Chóez, a quien sus nietos lo llaman papá o papá abuelo, celebra hoy el Día del Padre, junto con su padre Vicente, de 80 años, y su mamá Dominga, de 70, en El Fortín, en el norte. Ahí se reunirá con sus dos hermanos y sus familias.